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martes, 24 de agosto de 2010

La otra Venus


Venus - la mitológica – sugiere un pene gigantesco que surca los océanos levantando espuma como una belicosa lancha torpedera. No puede ser de otro modo si se toman en serio los mutilados y cosmogónicos genitales de Urano, navegando incesantes por los siete mares, transidos por los dolores de un parto inminente.

Venus - la pintura – evoca una mujer voluptuosamente desnuda que se cubre el pubis con una guedeja de su larga cabellera, mientras desembarca en una playa paradisíaca, montada en una gran concha de almeja. En este caso, Botticelli es el culpable de esa imagen pilosa y marinera.

Por su parte, Venus - la estatua - inevitablemente recuerda la enconada rivalidad entre la Venus de Médici, pálida, cauta y articulada; y la Venus de Milo, manca, extrovertida y monumental, cuyo gran formato hace que algunos entendidos la tomen por un corpulento gendarme transexual.

Como si con esa prolijidad no bastara, hay un planeta llamado Venus que tiene la brillante y terca virtud de la omnipresencia celestial. Una auténtica peca fosforescente, siempre pendiente del universo igual que la implacable mirada de mi madre.

Sin embargo, conozco otra Venus que es diferente. Es mucho más alucinante, misteriosa y rotunda. Esa Venus es una mujer… Cuando les cuente, no lo van a creer.

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