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viernes, 15 de octubre de 2010

TERAPIA DE PAREJA


La nave era apenas un destello de luz flotando entre la galaxia de Andrómeda y la Vía Láctea. Se desplazaba suavemente a pesar de que avanzaba a dos veces y media la velocidad de la luz. Elektrón dormía plácidamente en la cápsula de los dulces sueños mientras Aurika estaba a cargo de los controles centrales. Aurika no podía dejar de llorar.

-Un matrimonio de 243 años… Una mujer como yo, que accedí a parir la mitad de nuestros 150 hijos para que él no tuviera que parirlos todos, que me he cambiado la bobina de los placeres más de 50 veces para complacerlo, que lo he dejado todo para acompañarlo en sus investigaciones intergalácticas… Y que ahora me salga con eso de que debemos darnos tres tiempos libres al año, en lugar de uno, porque quiere estudiar las diferentes formas de reproducción en el universo… Es un troglodita, un machista, un desconsiderado.

Las lágrimas le nublaron la vista. Quizás por eso Aurika no se percató que uno de los miles de puntitos de colores del tablero empezó a parpadear con insistencia.

-No quiero ni acordarme todo lo que sufrí en el tiempo libre del año pasado. Él, muy divertido con la mujerona de Upsilón, aquella con seis tetas y cuerpo de ‘avatar’, mientras yo me calaba al enano de Gliese-876, cubierto de baba helada y con su aburrido sistema de fecundación telepática… Ah, pero esto no se lo voy a aguantar. Me voy. Ahora mismo conecto el piloto automático, me meto en la nave auxiliar y regreso a Tumbadero XZ a pedir el divorcio… Cuando Elektrón se despierte ya yo no estaré aquí.

Dicho y hecho. Aurika abandonó los controles, se instaló en la nave auxiliar y encendió los motores. Primero fue un chirrido. Luego varias explosiones y chisporrotazos. Por último, todo comenzó a vibrar. Era evidente. Un desperfecto grave estaba afectando la nave principal. La sacudida despertó a Elektrón que salió de la cápsula de los dulces sueños y fue corriendo hacia los controles centrales. Comprobó que todas las alarmas estaban encendidas y que la nave auxiliar estaba a punto de dispararse con rumbo desconocido. Recordó la discusión con Aurika antes de irse a descansar y se le heló la sangre. En ese momento vio por una escotilla lateral como la nave secundaria se desprendía y comenzaba a alejarse en espiral. Sin pensarlo dos veces, Elektrón apretó el botón de emergencia, haló la palanca para los casos desesperados y se lanzó, entre humazos y estertores metálicos, en pos del rescate de su amada.

Varios segundos después, la nave secundaria de Aurika chocó con violencia contra algo muy duro e irregular y comenzó a rodar cuesta abajo en un bamboleo del carajo hasta que por fin se detuvo en medio de una gran nube de polvo. Aurika permaneció aturdida por varios segundos. Luego agarró como pudo uno de los bacilos con el elíxir de la vida de su bolsillo derecho y se lo bebió de un tirón. Ya repuesta, se accionó la función mimética universal, abrió la puerta de la nave y salió al exterior. Estaba al pie de una montaña enorme que formaba parte de una cordillera rocosa, de picos nevados y laderas desérticas. Miró su reloj espacial y trató de ajustar las coordenadas para identificar en qué lugar se encontraba. Justo en ese momento, un hombre surgió de una cueva disimulada en la montaña. El hombre tenía un turbante puesto, era bizco, lo seguían varias cabras y portaba un fusil con el cual le apuntaba amenazador. Aurika no tuvo dudas: estaba en la tierra, más exactamente, en Afganistán.

La agonía de Elektrón fue más larga. Estuvo como cinco minutos cayendo en picada hasta que sintió cómo la nave se hundía en un terreno suave hasta chocar con algo muy duro que la detuvo bruscamente. Al igual que Aurika, Elektrón se accionó la función mimética universal y se bebió uno de los bacilos del elíxir de la vida que llevaba en el bolsillo, según el protocolo de supervivencia interestelar. Luego abrió la puerta y salió al exterior. El reguettón a todo dar, los fuegos artificiales y la gritería lo aturdieron por completo. Cuando se recuperó, comprobó que estaba en medio de una gran multitud de jóvenes semidesnudos, altamente excitados por dosis masivas de alcohol y drogas, que bailaban en la arena próximos a la catarsis absoluta. No lo dudó ni por un instante. Estaba en la tierra, en una playa de Miami, nada menos que en una fiesta de ‘spring brake’.

Los meses siguientes fueron muy singulares. Aurika vivió una terrible saga. La tribu afgana de la provincia de Badgis la hizo prisionera. Después de torturarla hasta el penúltimo bacilo del elíxir de la vida que traía escondido - a fin de que confesara si era agente de la CIA o de Osama Bin Laden - la obligaron a embutirse dentro de una burka y a trabajar como una esclava. Tenía que cocinar, lavar, ordeñar las cabras, barrer la cueva durante el día y copular todas las noches, sin chistar y a través de un huequito de su vestimenta. Cada vez que protestaba le daban un bofetón. En la ocasión que se atrevió a revirarse y darle un pase eléctrico al jefe de la tribu con uno de sus chips subcutáneos, la amarraron a un palo en el centro de una plaza polvorienta y la apedrearon durante dos días completos hasta que los hombres de la tribu cayeron extenuados y perplejos ante la resistencia de camello de aquella extranjera de pellejo blindado. Aurika pasaba las madrugadas tratando de ajustar todos los instrumentos de su cuerpo e intentando comunicarse con Elektrón o con algún otro ser evolucionado del universo. Durante el día, mientras trabajaba como una mula, no hacía otra cosa que llorar debajo de la burka, recordando a su amado Elektrón y culpándose por lo injusta que había sido con él.

Elektrón, por su parte, corrió una suerte diferente. Se dejó llevar por el ambiente y después de fiestear durante una semana completa con aquel grupo de jóvenes desenfrenados que bailaban, chichaban y bebían como si el mundo se fuera a acabar, alcanzó gran notoriedad por su virilidad niquelada e invencible y, al finalizar el ‘spring brake’, lo contrataron para trabajar en un club para damas en Miami Beach. Tuvo que hacer acopio de todos sus isótopos de estroncio y polonio para satisfacer la creciente demanda de sus servicios. De todas partes llegaban las mujeres más bellas y ricas del planeta, ansiosas por experimentar aquellos orgasmos galácticos que lo convirtieron en el hombre más sexy del año, según la revista People. También lo visitaban bisexuales furtivos, homosexuales confesos y transexuales de patas grandes. Jamás imaginó que pudiera existir tanta variedad reproductiva en un solo planeta. A pesar de todo, se sentía triste. Tanta chichadera llegó a aburrirlo hasta sus más íntimos circuitos y el recuerdo de Aurika no lo dejaba dormir. Tras muchos esfuerzos, logró reparar su computadora abdominal y ubicar la nave espacial con la que aterrizara en la playa de Miami. La misma había sido extraída de la arena por la policía local y trasladada a la Casa Museo del Balsero Cubano en Cayo Hueso. Hasta allí llegó una noche disfrazado de Sara Palin – aprovechando que era Halloween – y tras varias horas de reparaciones, consiguió hacerla despegar. Una vez en el aire, circunvaló dos veces el globo terráqueo hasta que localizó las inequívocas señales láser de los pezones de Aurika, se percató que corría un gran peligro y empezó el descenso dispuesto a rescatarla.

El asunto es que Aurika, aburridísima de ser víctima de uno de los machismos más brutales de todo el universo, se había convertido en una ‘vigilanti’. Todas las noches esperaba pacientemente a que los miembros de la tribu se quedaran dormidos y entonces salía a hacer justicia… Con una de sus uñas de filo de diamante, especial para casos extremos y cambios de bujías espaciales, iba castrando con precisión a los varones del pueblo, uno por uno. Al día siguiente aparecían los testículos cercenados de la víctima colgando del cuello de alguna cabra. Cundió el pánico. Se organizaron milicias y guardias nocturnas, y hasta vinieron refuerzos de tribus cercanas para atrapar al siniestro “capador infiel”. Justo cuando estaban a punto de descubrirla, Aurika recibió el mensaje de Elektrón en su seno derecho. Sincronizaron sus relojes-computadoras y, a la hora acordada, Aurika se escondió en la cueva escogida. Elektrón la rescató con una cápsula de metal atada a un cable de acero que hizo descender por un túnel que cavó con un rayo protónico a través de la montaña (eso lo copió del rescate de los mineros chilenos que vio por televisión).

El reencuentro fue de novela. Aurika y Elektrón se abrazaron y se besaron por varios minutos mientras el piloto automático alcanzó dos veces y media la velocidad de la luz y la nave empezó alejarse de la tierra en dirección a la galaxia de Andrómeda.

-Perdóname Elektrón, fui una egoísta. Te prometo que nos daremos todos los tiempos libres que tu quieras al año para que investigues cuanto sistema de reproducción se te antoje – le dijo Aurika, mientras ambos se desactivaban la función mimética universal y volvían a adquirir su propia morfología.

-Si vieras Aurika, en mi estancia en la tierra creo que aprendí todo lo que me faltaba sobre el tema. Sin embargo, en mis pocos momentos de descanso me dediqué a ver televisión. Ahora me gustaría investigar el cerebro de los escritores de programas, especialmente los…

-¡Los que tu quieras, mi amor! Eres el mejor hombre del universo y te apoyaré siempre… ¡Te adoro! Pero ahora... reproduzcámonos - le dijo melosa.

Elektrón y Aurika enroscaron sus colas apasionados, se miraron con los ojos telescópicos botados de tanto amor. Luego se separaron. Cada uno se dirigió a su cubículo de mantenimiento y engrase a fin de preparar adecuadamente todos sus aditamentos. Los esperaba una larga y fogosa noche de acople naso-axilar…

lunes, 11 de octubre de 2010

LA LLAMADA FATAL...


La justicia casi siempre tarda y a veces - solo a veces - llega. En este caso demoró más de un siglo pero al fin llegó. El 11 de junio del año 2002, el Congreso de los Estados Unidos reconoció que el verdadero inventor del teléfono fue el señor Antonio Meucci y no Alexander Graham Bell como muchos creíamos. El chisme es que la esposa del señor Meucci padecía de un reumatismo terrible que apenas la dejaba caminar - quizás por el frío de Nueva York - y además era una auténtica ‘mazinguilla’ (léase jodedora). Al pobre hombre no le quedó más remedio que inventar un aparato que conectara la oficina de su casa, ubicada en el sótano, con el cuarto de la enferma en la segunda planta, para poder comunicarse porque el sube y baja de escaleras le tenía los calcañales al rojo vivo. Eso fue en 1857. Sin embargo, Meucci no tuvo suficiente dinero para patentar debidamente su invento y dicen las malas lenguas que Bell se aprovechó de los materiales recopilados por Meucci y los inscribió como suyos en 1876, solo unas horas antes que Elisha Gray, otra estadounidense que también trató de anotarse la autoría del ingenioso aparato.

Arrebatiñas y pendencias aparte, la realidad es que el teléfono es un invento utilísimo que ha evolucionado mucho a lo largo de estos 153 años. De aquellos primeros fotutos pegados a la pared - a los que había que darle manigueta para que funcionaran - a las pantallitas casi mágicas de los iphones, el camino recorrido es impresionante. Hoy, voz y datos viajan por ínfimos haces de luz y el sonido de una palabra es capaz de desplazarse por el espacio y rebotar desde un satélite en órbita para alcanzar los lugares más recónditos y apartados del planeta. La tierra, aquel monstruo desconocido y lleno de misterios al que se enfrentó el intrépido Cristóbal Colón, es hoy apenas una aldea donde japoneses, australianos, senegaleses y chilenos pueden conversar animadamente - todos a la vez - y enterarse al minuto de lo que le sucede a un amigo común en la isla de Perejil.

Negar los beneficios del desarrollo es declararse oficialmente viejo. Nadie con una mente medianamente sana puede estar en contra de las grandes ventajas de la inmediatez comunicativa de la que gozamos hoy día. Cuántas historias hubieran sido distintas… Julieta hubiera podido avisar a Romeo a tiempo con un “text message” y Cecilia Valdés, con un lacónico "tweeter", le habría podido indicar a José Dolores Pimienta que a la que tenía que eliminar era a Isabel y no a Leonardito de Gamboa. Sí, todo hubiera sido distinto.

Aunque a veces pienso que el desarrollo tecnológico nos desborda y el cerebro humano promedio - peligrosamente más plano de lo que debiera ser - no puede evolucionar a la misma velocidad. En otras palabras, ahora que podemos comunicarnos y hablar tanto por teléfono, tweeter, facebook, email, videoconferencias, LISTSERV, chats, foros, textos, etc., etc., muchas de las conversaciones son realmente insustanciales y sosas. “Que si la galletita de la suerte te manda un besito” “Que si amanecí con el ‘moño virado’ hoy” “Que si me preocupa la salud mental de los elefantes en Bangladesh”…and so on…

Otros contactos, sin embargo, son interesantes y reveladores, pero gobiernos como el de China, Cuba e Irán, entre otros, los controlan y prohíben. ¡Menudo y tonto trabajo el de esos gobernantes al tratar de nadar contra la corriente! ¿Y qué me dicen de las llamadas inoportunas, como por ejemplo, cuando estamos manejando? Esas pueden ser peligrosas para la vida. Pero las peores son las que dañan las buenas costumbres. Una de esas me sucedió a mí.

Fue en una boda en un hotel de Miami Beach. Un sitio precioso y muy moderno. Al filo de las 10 de la noche, con unos cuantos mojitos en mi torrente sanguíneo, fui al baño de damas a cumplir una misión impostergable. Era un baño de mármol negro y acero inoxidable; refulgente, espectacular, automatizado y un poco intimidatorio. Parecía una nave espacial abandonada o más bien un mausoleo: no había nadie. Me introduje en uno de los cubículos y el cerrojo de la puerta se cerró solo, fíjense si todo era sofisticado. Me acomodé y apenas empecé a desaguar, habló una voz:

-Oye, ¿estás ahí?

Me petrifiqué. Miré al techo y a todos lados sin divisar a nadie. La voz siguió, ahora más amenazadora

-No te hagas la mosquita muerta ¡contesta si eres mujer!

Me asaltó el miedo. Empecé a elucubrar la forma de huir

-¡Oye, respóndeme que yo sé que estás ahí!

Me di cuenta que no tenía otro remedio que darme por aludida.

-Sí, estoy aquí – le dije casi en un susurro.

-Ah, ya te decidiste a contestar. No lo hagas así para que veas. Lo sé todo, absolutamente todo, y me las vas a pagar.

-¿Qué cosa?

-No te hagas la inocente, pelandruja, ya verás de lo que soy capaz

-Pero ¿quién eres tú?

-A partir de hoy soy tu peor pesadilla. Sé muy bien lo que estás haciendo y te vas a arrepentir

-No estoy haciendo nada, te lo juro... estaba orinando pero con tanta 'conversadera' ya me pasmé

-Me lo podrás negar mil veces pero tengo las pruebas…

No pude más. Me subí los pantalones, le di un tirón al cerrojo y salí corriendo. En mi carrera, tropecé con una joven que se lavaba las manos en uno de los grifos supersónicos del baño y se miraba al espejo mientras le hablaba a alguien a través de su bluetooth adosado en la oreja.

-Jessi me lo contó. Sé que estás en casa de Alejandro y ahora mismo salgo para allá, prostituta de quinta…

Era la misma voz misteriosa que hasta ese momento me mantuvo en vilo, pero ya no podía detener mi carrera y seguí de largo. Una vez fuera del baño recuperé el aliento, me di cuenta de lo sucedido y empecé a reírme como una loca. Cuando me recompuse, regresé a la fiesta y me tomé dos mojitos, uno detrás del otro sin respirar, y bailé hasta la una de la mañana. Todo había sido un mal entendido, una jugarreta de la espiral tecnológica de las comunicaciones, pero el daño estaba hecho. Al llegar la hora de marcharnos, me desvié hacia el patio del hotel sin que nadie lo notara y descargué mi vejiga a punto de estallar detrás de unos arbustos. Hasta hoy sigo haciendo lo mismo en todos los hoteles que voy. A esos baños solitarios y llenos de peligros nunca más he vuelto, por si acaso. La culpa de todo la tiene Meucci.