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viernes, 22 de octubre de 2010

EL SECRETO DEL SASTRE (Primera parte)


Un presentimiento con olor a rosas la tomó por sorpresa. Lola apartó el refajo que estaba hilvanando y fijó su mirada en la puerta. Era inminente. Lo que tanto había ansiado acababa de llegar… A los pocos instantes entró la niña corriendo.

“¡Carta de Cuba! ¡Carta de Cuba!”

Lola agarró el sobre con los ojos iluminados y lo apretó contra su pecho para entibiarse el corazón. Luego se lo entregó de vuelta a la niña de bucles dorados. Ella no sabía de letras. Pertenecía a un pueblo errante que sólo confiaba en las palabras con sonido. De inmediato la niña rasgó el sobre, sacó los pliegos de papel y comenzó a leer.

Lola de mi vida:

Hace seis meses que nos separamos y me parece que ha pasado un siglo. ¡Te extraño tanto! De todo, lo peor ha sido no tenerte… pero mejor te cuento con detalle desde la misma tarde en que partí.

La travesía fue tranquila y triste. Tu figura desde el muelle, diciéndome adiós, me dolía en todo el cuerpo. Especialmente en los atardeceres, cuando me escabullía para ver al sol zambullirse en el mar. Una mañana, después de cuarenta días durmiendo, o muriendo, escondido entre cajas y baúles en la bodega del barco, una sacudida en el hombro me hizo abrir los ojos de golpe. A hurtadillas salimos a cubierta y una cuchillada de sol me encegueció. Tenía el cuerpo adormecido, la boca totalmente reseca y el estómago pegado al espinazo. Te confieso que me sentí sobrecogido y por unos instantes me paralicé. En ese momento recordé lo que me dijiste un día sobre algunos sueños que al hacerse realidad se convierten en pesadillas… pero no pude pensar mucho. Hay momentos en la vida en los que sólo puedes sobrevivir. La voz de Antonio me trajo a la realidad.

“Bajemos por la escalerilla de servicio… ”

Una vez en el muelle, logramos confundirnos con un enjambre de estibadores, marineros, vendedores y curiosos. Al alcanzar la Alameda de Paula, Antonio y yo nos despedimos con un fuerte abrazo y un nudo en la garganta. No sabes cuanto llegan a hermanarse los polizontes… mucho más si se salvan la vida mutuamente, como nos sucedió a Antonio y a mí en aquel viaje inolvidable desde Porto Pí… pero eso mejor no te lo cuento.

Cuando me quedé solo, busqué en mis bolsillos el papelito donde estaba la dirección de mi primo Gilbardo, el único pariente con quien contaba en el nuevo mundo. Una y otra vez repetí la operación. Llegué a sacarme todos los bolsillos vacíos hacia afuera…En vano. No apareció nada. Pensé que podía tratarse de un signo de mal augurio pero fue un pensamiento fugaz, uno de esos pocos pensamientos negativos que he tenido en la vida. De inmediato me compuse los bolsillos, me estiré las solapas y empapado de sudor, muerto de hambre y con unas ojeras que daban lástima, apreté el pequeño bulto bajo mi brazo y me dije convencido: “Nada de miedo, Luis… Con tus tijeras basta para conquistar a San Cristóbal de la Habana…”

Eché a andar sin rumbo cierto, bajo el meridiano sol de un buen agosto habanero. No te imaginas cuan despiadado puede ser el calor en esta isla que, por lo demás, es suculenta y preciosa y se te entra sin permiso por todos los sentidos hasta rendirte el corazón. A las pocas cuadras, el mundo comenzó a girar a mi alrededor, traté de aferrarme a los barrotes de una ventana pero los dedos no me respondieron. Segundos más tarde todo era oscuridad….

“Hombre, que cayó usted fulminao frente a la bodega… que eso es lo que yo llamo una lipotimia y lo demás es puro cuento…”

Las palabras me llegaron lejanas, como a través de un largísimo tubo. Poco a poco se me fue aclarando la vista. Tenía ante mí un rostro regordete, rematado por un bigote de manubrio y unos lentes muy gruesos por donde me miraban unos ojitos miopes.

Traté de erguirme mientras reconocía el lugar. Era la trastienda de una bodega llena de toneles de manteca, sacos de alubias, ristras de ajo y cajas de vino. El hombrecito de lo bigotes dijo en alta voz:

Ala Zobeida, ¿qué pasa con el agua de limón que no llega, mujé….?

Aquí está el agua de limón, su mercé… ¡Olordumare, si el muerto abrió los ojos…! dijo una negra que traía una bandeja con un vaso lleno de limonada.

En ese momento Lola mandó a interrumpir la lectura. Atardecía y un escalofrío le recorrió todo el cuerpo. Se levantó y cerró la ventana. Pensó que era el espíritu del viento tratando de confundirla. Se abrigó con un mantón de lana. El frío no cedía. Era imposible, le venía del alma. Era la vida que le soplaba en el cuello. Era el aviso del peligro pero ella no se daba cuenta… (Continuará)

martes, 19 de octubre de 2010

LOS GITANOS Y EL CHOCOLATE (Versión libre)


Mi abuela Lola me lo contó. Ella nació en Mallorca y murió en la Habana. Hasta el último pétalo de su corazón conservó el mismo cuerpo de “bailaora de arboreás”, el mismo cabello ondulado donde se reflejaban las estrellas y los mismos ojos de gitana: dos disparos de azabache capaces de llegarte hasta el alma.

Son muchas las cosas que recuerdo de ella: sus anécdotas sobre su pequeño pueblito al pie de la Tramontana, su famosa historia del Baile del Ramillete, un baile anual donde se escogía a la joven más bella del pueblo y al que ella asistió una vez – sólo por acompañar a sus hermanas y sin tan siquiera empolvarse la nariz – y resultó ser la ganadora del codiciado ramo de flores. Ni qué decir de su exquisita culinaria repleta de frit mallorquí, sobreasadas, tumbets, arrós brut, berenjenas rellenas, pa amb oli, cocas y ensaimadas.

Aquellos largos mediodías, sentada al pie de su sillón, escuchando sus historias llenas de magia, su devoción por Santa Sara la Calé y la Virgen de Lluc y sus palabras llenas de música, son momentos irrepetibles que se asentaron en mi corazón y hoy son un refugio seguro donde me resguardo de los aguaceros de la vida.

Sus cuentos de gitanos eran mis favoritos. Había uno que cada vez que me la narraba me moría de la risa. Era sobre tres gitanos que, muy endomingados, fueron a pasear por Sevilla y entraron en un café. Estaban decidiendo sobre lo que iban a tomar cuando se fijaron en un parroquiano que se bebía una apetitosa taza de chocolate. Se miraron entre sí y los tres pidieron lo mismo. El camarero sirvió las tazas humeantes. El primero de los gitanos, “estragao”, se la tragó de un sorbo y, aunque se abrasaba por dentro, no dijo nada por no llamar la atención. A pesar de ello, no pudo evitar que le rodaran dos lagrimones por las mejillas. Al verlo, el segundo de los gitanos le preguntó:

- Compare, ¿qué le pasa que “asté” está llorado?

- Ná. Es que m’acordaba e mi mare, cuando murió la pobre

Acto seguido, el segundo gitano se tomó su taza de chocolate en silencio y de un tirón. Al igual que al primero, se le desprendieron dos lagrimones. El tercer gitano, un poco sorprendido, le preguntó:

- ¿Y ahora “asté” por qué llora?

- Porque m’acordaba tambié e la p…. e su mare de éste – respondió, mientras botaba humo por las orejas y taladraba con la mirada al primer gitano.