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jueves, 11 de noviembre de 2010

EL MARINERITO


Faltaban diez minutos para las nueve de la noche cuando Venus entró por la puerta del restaurante. Era un sitio de lujo que daba a la marina, lleno de mesas con largos manteles, cubertería de plata, copas de cristal y velones rojos. Sencillamente el lugar perfecto para una cena romántica. Venus avanzó con paso firme y de inmediato el portero detectó que se trataba de una “nativa” y le cerró el paso. Venus no le hizo caso y miró hacia la tercera mesa que daba al ventanal de cristal. Esa era la contraseña. Allí estaría esperándola el galán con el que Regina le había pactado aquella cita a ciegas. En cuanto lo vio se dispuso a huir. El hombrecito la divisó, identificó la flor blanca que traía en el pelo y fue rápidamente a su encuentro. Con voz de trueno le dijo:

-¿Venus?

-La misma

-Gunardito Cartidomulio, a sus pies

Gunardito hizo una profunda reverencia y le besó una mano. En ese momento Venus corroboró lo que había visto desde lejos: le faltaba una oreja. Se odió por haber caído de nuevo en las componendas de Regina, dedicada desde el día de la profecía de Rubelio el iluminado a concertarle encuentros con cuanto enano apareciera en el camino. En ese instante el portero del restaurante se dirigió a Gunardito.

-¿La señorita viene con usted? Aquí solo se admiten “nacionales” si vienen con extranjeros

-Sí. Es mi invitada.

-En ese caso no hay problema. La señorita puede pasar.

Gunardito le cedió el paso a Venus y la siguió hasta la mesa. Caballeroso, haló la silla y esperó que se acomodara. Luego se sentó él. A pesar de la sutileza de sus movimientos y del traje y la corbata, su piel curtida y llena de tatuajes, sus manos grandes y callosas y la oreja de menos, lo hacían lucir tosco y pintoresco como un traga fuego de circo barato.

-¿Le sirvo una copa de vino o prefiere tomar otra cosa?

-El vino está bien

Con movimientos refinados, Gunardito le llenó la copa. Venus se la bebió de un tirón sin poder superar la conmoción y sin poder apartar la vista del sitio donde alguna vez debió estar prendido el pabellón auditivo de aquel retaco maltratado. Casi automáticamente, Venus agarró la botella y se volvió a servir más vino. El la miró sorprendido. Venus empezó a hablar para disimular.

-¿Cuándo llegó a la oreja? Perdone, quise decir a la ciudad.

-No se preocupe, estoy acostumbrado. Llegué hace dos días. Pero tráteme de tú, por favor.

-¿De dónde eres?

-Nací en Mindanao, Filipinas

-Ah, eres de otra isla… ¿y cuál es el motivo de tu visita?

-Soy marino mercante

-Entonces debes haber viajado mucho

-Muchísimo. Llevo diez años viajando por todo el mundo sin regresar a mi país. Ya siento la necesidad de arriar las velas y tirar el ancla

-¿Y a qué te vas a dedicar si dejas de navegar?

-A mi familia. Quiero casarme

-Pero algo tendrás que hacer para vivir ¿no?

-Pienso vivir de la herencia de mis padres. Los dos murieron hace años en un accidente pero me dejaron una modesta fortuna. Eran domadores de elefantes. Una noche, durante una gira, uno de los elefantes se escapó de la jaula, fue hasta al carromato donde dormían y los asfixió a los dos con la trompa.

-¡Qué terrible!

-Si, mucho. Los dueños del circo tuvieron que pagar una indemnización… ¿Pero de qué sirve el dinero si uno no tiene un amor tibio, redondo y mullido donde refugiarse en las noches?

Gunardito se inclinó hacia adelante y dijo las últimas palabras mirando fijamente hacia el escote de Venus, por donde asomaban sus pechos rozagantes como dos calabazas chinas. Luego le guiñó un ojo morbosín. Venus se tragó la segunda copa de vino sin respirar y se sirvió el resto del vino que quedaba. Gunardito levantó una mano y llamó al camarero. De inmediato se acercó un joven alto, delgado, de grandes ojos azules y larga melena rubia. Se dirigió a Gunardito con gran deferencia.

-¿En qué puedo servir al distinguido caballero?

Por un breve instante, las miradas de Gunardito y el camarero se cruzaron y Venus sintió algo extraño, como una descarga eléctrica, pero no alcanzó a adivinar de qué se trataba.

-Otra botella del mismo vino, por favor

-Enseguida, señor. ¿Todavía no va a ordenar el señor? Hoy tenemos un Canard a l’orange y un Choucroute a la francaise délicieux. Para los más audaces tenemos Mousseline de porc-épic…

-Oh la-lá, Mousseline de porc-épic, se trés intéresant. ¿y el puerco espín pincha ? - preguntó Gunardito divertido.

El camarero rompió en carcajadas y siguió hablando animadamente en francés con Gunardito, quien también reía a mandíbula batiente. Tras cinco minutos de animada charla, Venus tosió con la evidente intención de hacer notar que ella estaba presente y que no entendía nada. Gunardito se compuso y dejó de mirar al camarero con ojos de carnero degollado.

-Traiga el vino como le dije. El pedido lo hacemos después.

El camarero miró a Venus de reojo y se marchó meneando las nalgas como una coctelera. Gunardito volvió a la carga.

-Como le decía, Venus. Estoy solo en este mundo. Necesito alguien que me ame, que me cuide, que llene el vacío de mi existencia

-¿No tiene ninguna otra familia?

-No. Soy hijo único. A mis padres apenas les quedaba tiempo para atenderme. Yo me crié prácticamente en la jaula con los elefantes. Los elefantes son seres increíbles, ¿sabe?

Gunardito tomó aire y empezó a contarle increíbles historias sobre elefantes que sabían sumar y restar y daban los totales exactos con estruendosos peos matemáticos; y sobre otros elefantes musicales, capaces de tocar saxofón y flauta a la vez, el saxofón con la trompa y la flauta con el ano. Venus sentía que le faltaba el aire. Casi cuando iba a desmayarse, llegó el fino camarero rubio con la otra botella de vino. El camarero pasó otros cinco minutos hablando en francés con Gunardito y poniendo los ojos en blanco. Esta vez a Venus no le importó. Aprovechó para servirse la cuarta copa de vino y escoger los tres platos más caros del menú, decidida a vengarse de Regina y del mundo entero engullendo cuanto le fuera posible. Finalmente, el camarero tomó la orden y fue a buscar la comida.

Venus comió y bebió opíparamente. Tras el tercer platillo, un lomo de cerdo asado con abundante congrí y yuca con mojo; y la tercera botella de vino, Venus estaba envuelta en la molicie de un hartazgo etílico. Se le había ablandado tanto el carácter que empezaba a encontrar interesantes las historias de los elefantes pedorros. Hasta la oreja de menos se le antojaba sexy. Gunardito también había bebido abundantemente y no había dejado de hablar ni un solo instante, pero Venus no le prestaba atención, estaba demasiado concentrada en sus ingles, que, en lugar de cosquillearle como solía ocurrirle todas las noches, le ardían como si estuvieran en llamas. Los dos estaban flotando en una burbuja cuando volvió a aparecer el camarero.

-¿Qué va a ordenar de postre el caballero? Tenemos mousse de chocolat, fraises á la créme… yo personalmente le recomiendo la sucette de anisse. La sucette está deliciosa…

El camarero miraba directamente a los ojos a Gunardito mientras hablaba. Gunardito, desinhibido por el alcohol, le correspondía la mirada con la misma intensidad. El camarero siguió hablando despacio y, entre palabra y palabra, se pasaba la punta de la lengua por los labios.

-La sucette es como un pirulí grande, consistente, y a la vez suave. Al chuparlo, se le deshace en la boca y el almíbar le chorrea por las comisuras. ¿Quiere probar mi sucette?

Gunardito no pudo más. Le agarró una mano al camarero y empezó a acariciársela sin dejar de mirarlo a los ojos. Le habló en voz baja pero intensa.

-Sí, quiero probar tu sucette. ¡Vámonos ahora mismo de aquí! Te llevo a donde tú quieras

-Ahora mismo le traigo la cuenta al caballero y nos vamos para su hotel.

Al principio Venus no entendió lo que estaba sucediendo. Producto de la comilona, sus facultades estaban lentas y adormiladas. Pero cuando el camarero regresó a la mesa sin el uniforme y con la cuenta en la mano y Gunardito se levantó y dejó caer varios billetes sobre la mesa en actitud de marcharse, lo comprendió todo de golpe. Venus lo miró incrédula. Él le dijo apenado:

-Lo siento Venus. Para poder cobrar la herencia de mis padres tengo que casarme… Intento, ¿sabes? pero no puedo. ¡Me gustan demasiado las sucettes!

Gunardito y el camarero salieron caminando de prisa del restaurante. Venus se quedó sentada sin poder darle crédito a lo que le acababa de pasar. El portero, al verla sola, se le acercó.

-Si no estás con un extranjero tienes que salir del establecimiento

-¿No sabes decir otra cosa, chico? Pareces un disco rayado

Venus se levantó y salió caminando con paso torpe. Llegó a su casa a las dos de la madrugada. Allí estaba esperándola Regina. La miró con picardía.

-¿Y?

-A tu “galán” le falta una oreja y además tiene otras preferencias sexuales...

-¡ES CHERNA!

-Baja la voz que vas a despertar a todo el barrio

Regina se quedó sin palabras por unos instantes. Solo por unos instantes. Enseguida volvió a la carga.

-Hoy me presentaron un carnicero. Te va a encantar. Es albino pero

-Basta, Regina. ¡Ni un enano más! Si mi destino es morirme soltera, así será.

Venus se fue a la cocina a tomar bicarbonato porque la acidez la estaba matando. Regina se quedó sola en medio de la sala, elucubrando el próximo paso. Estaba decidida. O le conseguía un novio a Venus o se cambiaba el nombre…

martes, 9 de noviembre de 2010

LA PASIÓN DEL ENANO...


-¿Estás segura que el tipo es de confianza?

-Claro, chica. Es un descendiente de los indios yanomami, del mismo Amazonas.

-Ah, sí. ¿y qué hace aquí en Cuba?

-Dicen que vino a cumplir la misión de su vida

-El pobre. Tremenda misión…

-A ti lo que te interesa es que te ayude a conseguir marido ¿no es cierto? Ya tienes 30 años y no la has visto pasar. Y con esa gordura no tienes muchas perspectivas.

-Tampoco así, Regina. Hay muchos que las prefieren gordas.

-Pero tú no has encontrado ni a uno… Deja ver… sí, aquí mismo es. Ya llegamos.

Las dos mujeres se detuvieron frente a una de las numerosas puertas que daban al largo pasillo del solar de la Habana Vieja. Regina dio tres toques en la puerta. A los pocos instantes escucharon el sonido de un cerrojo descorriéndose y la puerta se abrió de par en par. Allí frente a ellas estaba el famoso Rubelio “el iluminado”. Apenas medía 5 pies de estatura. La piel era color aceituna y sobre la cabeza tenía una burda peluca negra, con una melena recortada en redondo, que parecía la mitad de un coco. Toda su vestimenta se reducía a un minúsculo taparrabos y varios brazaletes de algodón trenzado en las muñecas y los tobillos. La cara, el abultado vientre y las piernas, los tenía cubiertos de extraños símbolos en rojo y negro y de la nariz le asomaba desafiante una argolla de madera. Venus se estremeció. Regina se dio cuenta que a su amiga le flaqueaban las fuerzas y tomó el mando de la situación.

-Buenos días señor Rubelio. Mi nombre es Regina. Ella es mi amiga Venus. Yo hablé ayer con usted. Tenemos el turno de las 10 de la mañana.

-Meferefú changó, perdón, mamo kori yomamá

-¿Mamo qué?

-Eso es buenos días en idioma yanomami. Adelante, adelante, que tengo el día repleto de clientes y no puedo perder tiempo.

Regina empujó suavemente a Venus hacia adentro del cuartito del solar y Rubelio el Iluminado cerró la puerta y pasó el cerrojo. La habitación era pequeña. Estaba dividida en dos por una desgastada sobrecama de chenille que colgaba de una tendedera de pared a pared. A pesar de la poca luz, se podía apreciar una silla y una mesa llena de velas, collares, sapitos de barro pintados de color naranja, mazas de madera de distintos tamaños, hojas secas, cuezos llenos de polvo blanco, hachas, machetes, plumas, botellas de aguardiente, arcos, flechas y un espejo; todo en perfecto desorden y envuelto en un vaho agridulce.

-Y bien ¿Cuál de las dos viene leerse el libro de la vida?

-Ella. Venus.

Regina empujó a la azorada Venus sin poder desviar la mirada del abultado taparrabos de Rubelio el iluminado.

-Entonces, mamo kori Venus, pase detrás de la sobrecama, quítese la ropa y acuéstese boca abajo en la camilla

-¿Qué dice? Yo solo vengo a que me diga el futuro

-Señorita, para decirle el futuro tengo que leer lo que dicen las líneas de su vida

- ¿En mis manos?

-No. En sus nalgas.

Venus dio un salto y Regina la agarró por el brazo cuando ya se iba a echar a correr.

-¿Qué haces, Venus? Si hemos llegado hasta aquí ¿qué más te da dejar que el maestro Rubelio te lea el… el trasero? Recuerda que tu caso es desesperado. Vamos, relájate. Piensa que es un médico. Además, amiga, no estás sola, yo estoy aquí.

Rubelio las miró a las dos con impaciencia. Venus tragó en seco. Con la misma resignación de una vaca que entra al matadero, Venus dio varios pasos hasta perderse detrás de la sobrecama. A los pocos minutos dijo con hilo de voz:

-Ya pueden pasar

Rubelio el iluminado descorrió la sobrecama. Venus estaba acostada bocabajo, la barbilla sobre sus manos entrelazadas y cubierta hasta los hombros con una sábana que alguna vez fue blanca. Regina se paró a un lado y le guiñó un ojo para animarla. Rubelio fue directamente al extremo de la camilla hasta quedar totalmente oculto tras aquel prominente trasero que, bajo la sábana, parecía la carpa de un circo gitano. Durante varios minutos solo se escuchaba al hombrecito susurrando palabrejas incompresibles. De pronto, haló la sábana de un tirón. Las dos gloriosas, redondas y blanquísimas nalgas de Venus quedaron al descubierto. Rubelio no pudo contenerse.

-¡Por la vagina dentada de Rajariyoma! Nunca había visto un “libro de la vida” así…

-Maestro, por favor, no asuste más a mi amiga Venus y acabe de empezar

Rubelio el iluminado levantó una ceja y fulminó a Regina con la mirada mientras le decía:

-Motoka riwé chicha-chicha

-¿Qué me dijo?

-Mujer de coneja suelta, eso le dije.

Venus alcanzó la mano de Regina a un centímetro de aterrizar en plena cara de Rubelio

-¡Regina, por Dios!

-¿No oíste lo que me dijo, Venus? ¡Fíjese Rubelio, más suelta tendrá la coneja su madre, me oyó!

-Regina, por lo que más quieras, contrólate. ¿No ves que ya me desnudé? Hazlo por mí. Discúlpela, maestro Rubelio. Regina es muy sensible.

-No, no, no. Mamo kori Regina no es sensible; es puta.

Regina hizo ademán de brincarle encima pero los ojos llenos de lágrimas de su amiga Venus la detuvieron. Estaba que echaba humo pero se contuvo. Venus llorando, en cueros y bajo aquella sábana mugrienta, realmente inspiraba lástima. Hizo silencio. Rubelio el iluminado volvió a concentrarse en la grupa de Venus. La respiración se le hacía cada vez más gruesa. Empezó a entonar una especie de cántico cuando de pronto se detuvo y dijo:

-Antes de seguir debo decirle algo, Venus. Por un “libro de la vida” del tamaño del suyo la tarifa es doble.

-El dinero no es problema. ¡Lea!

El hombrecito estuvo susurrando, cantando y escupiendo por espacio de cinco minutos, al cabo de los cuales se dirigió a la mesa y tomó de allí uno de los cuezos llenos de un polvo blanco. Agarró una pizca y se untó las fosas nasales mientras aspiraba ruidosamente. Se estremeció. El resto del polvillo en sus dedos lo sopló sobre las nalgas de Venus. Luego agarró la botella de aguardiente y se tomó tres largos tragos. Acto seguido, eructó, luego emitió un chillido espeluznante y por último empezó a hablar.

-Ebena, Yopo, Kiri-Kirimi. Señorita Venus, su caso es difícil. Oigo el macareo del río de su vida revolcándose en el mar. Hutumosi la protege pero los epíritus malos la tienen embojotada

-Maestro, traduzca, por favor.

-Señorita Venus, en su vida hay muchos ostáculos.

-De eso ya me había dado cuenta. ¿Qué más?

Rubelio el iluminado puso los ojos en blanco en gesto de suma paciencia y volvió a zambullirse detrás de los abundantes y túrgidos glúteos de Venus. Guardó silencio unos instantes, como concentrándose en sus poderes. Luego prosiguió.

-Kiri-kirimi, Shirimo, Purimayona. Profesionalmente, usted es una mujer de éxitos. Pero en el amor veo…veo…déjeme ver…está muy oscuro… realmente no veo…

-¿Cómo que no ve? ¿Acaso le enseñé el culo en balde?

-Señorita Venus, no se deseperes. Para Rubelio el iluminado no hay nada imposibles… Ahora lo veo todo claro, como en un espejo. Veo triunfo en el amor. Un hombre pequeño la amará como un gigante… pero usté tiene que encontrarlo y conquistarlo. Es su única posibilidad. Si no lo hace, Kimbín Mamulón.

-¿Qué cosa?

-Que se queda solterona y de Chi-chín, nada… Eso es todo.

-¿Eso es todo?

-Si. Son doscientos pesos

Rubelio el iluminado salió caminando despacio y ceremonioso, agarró el cuezo y volvió a darse otro pase del polvo blanco. Se sentó en una silla con los ojos bizcos de la borrachera. Venus saltó de la camilla envuelta en la sábana mugrienta y corrió la sobrecama. Agarró el vestido y los pantis de un clavo en la pared, se vistió con rapidez y le pagó a Rubelio. Haciendo un gran esfuerzo, el iluminado se puso de pie y fue hasta la puerta. Desde allí, con la peluca colgándole de una oreja, el taparrabos a punto de caérsele y una sonrisa enajenada, le dijo adiós a las dos mujeres.

Ambas caminaron en silencio hasta llegar a la parada de la guagua. El sol era sofocante y a juzgar por la muchedumbre amontonada, sería todo un reto subirse a la próxima guagua. Venus echaba chispas.

-¡Nada más que a mí se me ocurre hacerte caso, Regina! Doscientos pesos por oírle un montón de sarandajas a un “yanomami” de utilería.

-De utilería no, viene del Amazonas.

-Del Amazonas… Ja, ja. ¡Ese es más oriental que una cutara! Un soberano descarado es lo que es.

-No creas. A mí tampoco me cayó bien el Rubelio ese. ¿Oíste cómo me dijo? “Coneja suelta”.

-Bueno. En eso si acertó

-¡Venus!

-Venus nada. Me trajiste engañada. Tú seguro sabías cuál era el “libro de la vida” que me iba a “leer” y no me avisaste. Pensar que le enseñé el coxis a un redomado farsante para que me dijera que mi única solución es enamorar a un enano

-El tamaño no importa, Venus. Concéntrate en el lado positivo

-¿Y cuál es el lado positivo de un enano, Regina?

-He oído algunos rumores… Les sobra pasión. Rubelio el iluminado te dijo que el hombre será pequeño pero te va a amar como un gigante. ¡Mi amiga, eso debe ser buenísimo…!