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lunes, 23 de agosto de 2010

La comadrona


A Cunda se le presentó el parto una noche de tormenta. El aguacero era cerrado, los rayos partían en dos el cielo y las ráfagas desordenaban el universo. Iznaldo, su marido, salió bajo a la lluvia a todo galope a buscar a Encarnación, la única comadrona capaz de subir a la montaña a partear vejigos en cualquier bohío.

Encarnación llegó empapada hasta los huesos. De inmediato empezó a trabajar. Calentó agua, colocó a Cunda en posición de parir y le hizo la señal de la cruz en la frente con ceniza de tabaco. A pesar de las sobas en las pantorrillas, de los paños tibios en la panza y de las oraciones a la Milagrosa, la criatura no salía. A media noche ya Encarnación sabía que aquel era el parto más complicado de su vida. Los gritos de Cunda taladraban la madrugada. Iznaldo estaba a punto de enloquecer. El clímax se produjo a las tres cuando se acabó la única vela que quedaba en el bohío y la tormenta arreció como si fuera el fin del mundo.

Encarnación decidió pedirle ayuda a Olofi y a Babalú Ayé. Solo un milagro podía salvar la situación. Encarnación le dijo a Iznaldo que le alcanzara un cuadro de San Lázaro. Iznaldo se desplazó nervioso en la oscuridad y agarró el cuadro de la pared justo cuando un fusilazo estalló como un cañonazo y siguió retumbando por varios minutos. Se lo entregó casi a tientas a Encarnación quien, de inmediato, se lo colocó sobre el abofado ombligo a Cunda y empezó a rezar en lengua Efik.

No se sabe si fueron los poderes divinos o el frío contacto con el vidrio del cuadro pero la criatura salió disparada del vientre de la madre casi de inmediato. Encarnación la agarró por los pies, le dio una sonora nalgada y el vejiguito dio su primer berrido. Luego le cortó la tira del ombligo y lo envolvió en un paño blanco.

Ya estaba amaneciendo. De pronto, Encarnación recordó que había deslizado el cuadro de San Lázaro debajo de la cama. Se agachó para cogerlo mientras decía.

-Este niño es un milagro, hay que ponerle Lázaro en agradecimiento a…

Entonces fue la sorpresa. Cuando tomó el cuadro en sus manos comprobó que no era San Lázaro; era un cuadro de José Martí. A pesar de su gran experiencia, Encarnación se quedó perpleja por unos segundos. Luego se compuso y rectificó.

-Mejor le ponemos José Lázaro. José por Martí y Lázaro, por si acaso…

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