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jueves, 26 de agosto de 2010

La historia de Samara


Samara y Henry se encontraron cara a cara en medio de los petardos y la arrebatiña del asalto de los corsarios. Se miraron a los ojos y todo el aire se llenó de electricidad. Se olvidaron del mundo y vivieron un romance tan tórrido como los incendios que consumieron casas y bodegas durante el saqueo de los piratas a Puerto Príncipe. Mientras ellos se amaban sin descanso, los bucaneros se hartaron de robar oro, beber aguardiente y violar mujeres. La tripulación, aburrida hasta los huesos, se amotinó y Morgan se vio obligado a partir de regreso a Jamaica. Samara lo despidió desde la orilla de la costa con la convicción gitana de que nunca más volvería a verlo y con la certeza de que la semilla de aquel formidable filibustero había comenzado a crecerle en el vientre.

A los nueves meses nació Sara, una niña preciosa, de pelo crespo y ojos verdes, que se convirtió en una joven tan bella que los hombres se la disputaban a sable, pistola y puño limpio. Tenía tantos pretendientes que, para evitar el asedio, se vestía de hombre para ir al mercado. Pero Sara lo calculó todo muy bien y le sacó provecho a su belleza. Por sus venas corría cierta cantidad de la espesa y pragmática sangre anglosajona y optó por casarse con el mejor partido: Don Gervasio Campoamor, feo y viejo como el mismísimo pecado, pero con una gran fortuna y dueño de dos ingenios azucareros en las afueras de Santiago. Don Gervasio murió tres años después de la boda de unas misteriosas fiebres. Algunos se la achacaron a su insaciable ingesta de ostiones en un intento desesperado por recuperar su languidecida virilidad.

La bella Sara lo enterró con todos los ritos gitanos que le había enseñado su madre Samara. Al día siguiente se hizo cargo de las posesiones del difunto, dispuesta a demostrar la aptitud de sus genes británicos para los negocios. Mandó traer negros esclavos de La Española para aumentar la productividad en el corte de caña. En el segundo lote de bozales arribó Juan Lemba, un negro espectacular - descendiente de un rey yoruba, hijo de Changó y bello como una estatua. Sara caminó frente a la hilera de los esclavos recién llegados para inspeccionarlos. Se detuvo frente a Juan Lemba, lo miró a los ojos y se le derritieron las rodillas. Lo de Sara y Juan Lemba fue un amor de novela… (Continuará)

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