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viernes, 3 de septiembre de 2010

La fruta madura

Anoche tuve un sueño extraño. Soñé con una turista española que se comía un mamey maduro en el Malecón de la Habana ante la mirada de silenciosos nativos. Cuando me desperté comprendí que no estaba soñando. Me quedé dormida con el radiecito encendido y en alguna de las 5 etapas del sueño - seguro que en la REM o “la paradojal” – se me representó esa imagen en el cerebro al escuchar una entrevista concedida por una representante del gobierno Español de visita en Cuba.

La señora Pajín (así se llama, no es mi culpa) dijo que la delegación que ella preside “ha visto claramente una voluntad y el inicio de un camino hacia iniciativas de apertura económica y social que van a tener una enorme repercusión en la sociedad cubana”. Eso es lo que yo llamo una médium de vista larga, una gitanaza. ¿Habrá tenido esa revelación ante algún barbero, por ahora “autorizado” por el estado cubano para cortar pelos por cuenta propia en el patio de su casa, o será que la señora tiene antenas pre-programadas y ve cosas donde no las hay?

Con aire triunfal continuó la Pajín congratulándose por los “resultados evidentes” del ejecutivo español al respaldar la “iniciativa” del presidente Raúl Castro – con la mediación de la iglesia – en el proceso de excarcelación de los presos políticos. Eso sí que es absolutamente cierto. Si el gobierno español no se hubiera prestado a recibir a los incómodos prisioneros de la Primavera Negra como desterrados, este “espectacular y libertario proceso” no hubiera sido posible. ¡Joder… que del lobo un pelo! Los disidentes cubanos no tienen ningún derecho a vivir libres en su patria pero por lo menos pueden salir de la celda y de circulación nacional, ponerse la corbata de rigor e irse a vivir a la “próspera” España, sin un centavo y con el familión completo, y allí esperar a ver qué decisión se toma con ellos. Libres, libres…

Cuando Pajín habló de la “ingratitud” de Fariñas casi despierto. Después de varios encarcelamientos y varias huelgas de hambre – que ésta sólo fue la última – ahora resulta que el heroico Fariñas es ingrato porque tiene una opinión diferente sobre unas “negociaciones” por las que él puso en juego su vida y en las que tuvo mucho que ver pero en las que no tuvo derecho a participar. Eso me recuerda el refrán: Cuídate de los favores que te son dados sin haberlos pedido. Hay quienes buscan en la gratitud una forma de atrapar tu voluntad…

El mamey en mi semi-sueño (o semi-pesadilla) tiene que haber estado relacionado con lo último que dijo la Pajín: “Para España Cuba no es cualquier país… nuestro país ha estado y está presente… pero lo tenemos que estar mucho más en este momento, donde empieza a haber cambios y empieza a haber un nuevo camino…” Sí. La fruta está madura (no importa que se haya madurado con sangre cubana) y es momento de afilarse el diente para hincárselo con fuerza y sacarle bastante jugo. No será la primera vez en la historia que esto nos suceda. La granja está de fiesta. Los humanos están adquiriendo cara de cerdo y los cerdos, cara de humanos…

miércoles, 1 de septiembre de 2010

El triste destino de Beremunda y el misterio de su hija Dana

Tras una larga travesía entre hipos y vahídos, Beremunda y Narciso desembarcaron en Londres una mañana de lluvia con sol. Narciso vendió su anillo de graduado y su leontina de oro y abrió un pequeño consultorio. Durante el día trabajaban sin descanso, él como médico y Beremunda como su ayudante. Por las noches, cerraban las persianas y hacían el amor entre botellas de formol y pomos de árnica hasta caer desfallecidos. Con el tiempo lograron juntar suficiente dinero para comprarse una casa junto al lago. Allí vivieron felices durante varios años hasta que el frío le cristalizó los pulmones a Beremunda. Narciso empeño toda su fortuna pero nada logró entibiarle el aliento a su amada. Narciso enloqueció con la muerte de Beremunda, abandonó su práctica de médico y hubo que recluirlo en un sanatorio. La hija de ambos, Dana, que sólo tenía tres años de nacida en ese momento, quedó a cargo de Nimue, el ama de llaves de la casa del lago.

Dana creció en contacto directo con el bosque, los animales y las fabulosas historias de Nimue, repletas de hadas, reyes, espadas y magos legendarios. A los cinco años Dana era capaz de comunicarse con los ciervos, leer los mensajes que las nubes escribían en el lago y mover objetos de lugar con solo mirarlos. A los diez, pasaba horas en una cueva del bosque donde aseguraba que vivía un viejo barbudo llamado Merlín que decía ser su tío y que era capaz de convertir las piedras en sapos. Cuando Dana cumplió veinte años fue por primera vez a una celebración de la noche de las hogueras. Allí conoció a Sir Owein, un joven alto, fuerte y huérfano de padre y madre que se quedó hipnotizado al ver el reflejo de las llamas bailando en los grandes y enigmáticos ojos verdes de la bella Dana…

martes, 31 de agosto de 2010

La historia de Sara y Juan Lemba y el increíble destino de su hija Beremunda

Desde que se miraron por primera vez, Sara y Juan Lemba comenzaron a amarse sin tregua, de día y de noche, en el río, en medio de la plantación de caña, en el patio de la casona colonial y hasta en el barracón de los esclavos. Cuando hacían el amor, el cielo se llenaba de relámpagos, las cañas sudaban miel y los gorriones perdían el rumbo y se quedaban volando en círculo durante horas.

De ese amor irrefrenable nació Beremunda, una niña con la piel color canela, el pelo crespo y rojizo y los ojos de un extraño color verde fosforescente. Poco después del nacimiento de Beremunda, los cuerpos sin vida de Sara y Juan Lemba aparecieron una tarde flotando sobre el río, totalmente desnudos. Los blancos aseguraban que Dios los había castigado por tanto desparpajo. Los negros, más sabios, decían que había sido un “babomí de tripa” por andar copulando en plena digestión. El asunto es que Beremunda se quedó sola. No la aceptaban ni los negros ni los blancos. Todos temían su luminosa mirada verde y su piel sin bandera. La amantó Zobeida, una negra ciega que se apiadó de su llanto desconsolado. Además de alimentarla, le enseñó todos los secretos de la religión yoruba.

Cuando Beremunda cumplió trece años, partió para el occidente de la isla sin despedirse de nadie. Llegó a Santiago de las Vegas y consiguió empleo como sirvienta en casa de Don Álvaro Jiménez, un acaudalado inmigrante canario dueño de una extensa vega de tabaco. La esposa de Don Álvaro, Doña Catalina, la tomó como sirvienta personal. Le encantaba la discreción y la inteligencia natural de Beremunda y, sobre todo, la extraña cualidad de aquella mulatita de adivinarle hasta sus más mínimos deseos. Todo marchaba de maravillas hasta que regresó Narciso, el único hijo de los Jiménez. Era un joven alto con unos generosos bigotes de manubrio. Venía de Salamanca y acababa de graduarse de médico. A Beremunda le bastó con mirarlo a los ojos una sola vez. Narciso se enamoró perdidamente de ella.

Una tarde, Doña Catalina los sorprendió a los dos en el patio besándose hasta el alma y cayó en cama con un reboso de bilis. De inmediato hizo traer a un babalao de la Habana para romper la brujería con la que, según ella, Beremunda había hechizado a su hijo. El babalao salió huyendo de la casa apenas sintió la electricidad que emanaba del cuerpo de Beremunda. Entonces Don Jorge, el padre de Narciso, tomó cartas en el asunto. Amenazó a su hijo con quitarle el apellido, con borrarlo del testamento y hasta con descargarle encima todos los perdigones de su viejo arcabuz. Nada valía. Cuando Beremunda parpadeaba, un remolino de chispas verdes con olor a jazmines atravesaba el patio de la casona y le desquiciaba las ansias a Narciso. No había fuerza en el mundo capaz de impedir aquel amor. Los dos se fugaron una madrugada al comienzo de la primavera. Fueron directo al muelle de Luz en la Habana y tomaron un barco con destino a Londres, sin sospechar que lo peor de su vidas aún estaba por llegar… (Continuará)