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viernes, 13 de mayo de 2011
NOCHES DE TRES LUNAS
En noches así todo puede suceder y Vitico lo sabía. Tenía los ojos rojos de tanto llorar. Se había enterado por su hermano que Lucía se iba a casar. Lucía… la mujer que perfumaba las tardes con el aroma de su cabello, la que le desordenaba los sueños y amanecía en todos sus soles. Tenía que hacer algo para impedirlo. Se secó las lágrimas de un tirón y fue hasta el fondo del patio. Rebuscó entre los trastos viejos. Alzó un viejo arpón. En ese instante, las tres lunas se reflejaron en su punta afilada iluminando de azul la extraña sonrisa de Vitico.
Al otro lado del pueblo, el silbido de Cachimbo llegó imperioso hasta el comedor de Lucía. Con fastidio, Mario terminó de tomarse el cafecito y se encaminó a la puerta, seguido de cerca por la joven. Se detuvieron en la puerta, se abrazaron y se besaron apasionadamente. Se separaron de mala gana.
-Hasta mañana mi amor, cuídate mucho
-Hasta mañana, Lucía
Apenas dio dos pasos en dirección a la calle Mario regresó hasta ella y le susurró en el oído, para que el jefe que lo esperaba en la acera no lo escuchara:
-Te prometo que ahora sí voy a dejar este trabajo, Lucía. No quiero que mi futura esposa se quede solita por las noches…
Lo dijo meloso, con la mirada desbordada de pasión. Ella le sonrió entre coqueta e incrédula.
-Eso mismo dices todos los meses. ¿Cuándo vas a renunciar, Mario? ¿Cuándo vas a tragarte el miedo que le tienes a Cachimbo? Yo sé que no te gusta ni él ni ese trabajo; que te jode cada vez que agarras a algún infeliz tratando de irse en una lancha, que la mayoría son amigos tuyos de toda la vida… ¿o será que el verraco de Cachimbo ya te lavó el cerebro y te apagó el corazón?
-Baja la voz, Lucía. Cachimbo puede oírte
-Mario, te prefiero pobre pero libre. Sé que lo haces por el dinero pero piensa que puedes trabajar en cualquier otra cosa
-No se trata del dinero, Lucía. No quiero quedar marcado para siempre. Tú sabes lo que le pasa a los desafectos ¿verdad? Es mejor disimular. Tengo que usar la inteligencia para salirme de esto limpio.
-Este país se ha vuelto una gran prisión… y cada uno de nosotros se ha convertido en su propia cárcel…
Cachimbo volvió a silbar impaciente.
-Te lo juro, mi amor, dejaré este trabajo de alguna manera, ya verás…
Le guiñó un ojo, la besó de nuevo y se alejó caminado con Cachimbo. Lucía lo siguió con la vista hasta que dobló por la esquina. Cerró la puerta y fue a su cuarto. Sobre la cama estaba su vestido de novia salpicado de mariposas de tul. Se lo había enseñado a Mario. Ella no creía en cuentos chinos. Un amor como el de ellos estaba por encima de la mala suerte. Con mucho cuidado lo guardó en el escaparate. Luego se quitó la ropa, se puso el camisón rosado y se acostó. Cerró los ojos y saboreó la tibieza del último beso de Mario. En ese momento sintió un sobresalto inexplicable en el corazón. Pensó que era el susto de la próxima boda y espantó el augurio.
Vitico llegó a la desembocadura del río por uno de sus trillos secretos. Fue directo hasta su viejo bote varado en la arena y acomodó el arpón en el fondo. Luego comenzó a empujarlo hacia el mar. Cuando el agua le daba por la cintura se trepó de un salto, se sentó y desplegó los remos. Apenas los sacaba del agua para hundirlos de nuevo en un movimiento suave y circular que le arrancaba suspiros a los breves remolinos. Avanzaba lento por el medio de la pequeña bahía. Por las comisuras de los labios se le escapaban hilos de baba jubilosa.
Cachimbo le ordenó a Mario encender el reflector que estaba frente a la caseta de los guardacostas.
-Es una noche muy clara. No hace falta.
-Siempre hace falta. Hay que vigilar bien para que ningún delincuente se nos vaya del país. Esta es nuestra trinchera, Mayito. Desde aquí nos toca defender a nuestra revolución, tenemos que aplastar al enemigo y
-¡Está bien! – lo atajó Mario, dispuesto a hacer cualquier cosa antes que soportar una de las cantaletas patrióticas de Cachimbo.
Cachimbo era un hombrecito regordete y bruto. Nadie soportaba su vocecita de pito ni su bigotico de chulo pero todos le temían. Venía de la capital. Según las malas lenguas, no tenía mujer porque era un pésimo amante. Decían que había sido zapatero pero era tan malo que tuvo que meterse a guardia. Ahora, devenido guardacostas, descargaba todas sus frustraciones combatiendo con saña al “enemigo”.
Con un movimiento rutinario, Mario encendió el reflector. Cachimbo se colocó los binoculares y fue escudriñándolo todo mientras el potente haz de luz barría el centro de la bahía, la costa y la salida al mar abierto. De pronto, la luz se interrumpió al topar con el castillito, la vieja edificación que se alzaba justo al lado de la caseta de los guardacostas y que dejaba fuera de los incesantes ojos de Cachimbo una franja de mar con su correspondiente tramo de orilla. Cachimbo suspiró satisfecho.
-Todo tranquilo, Mayito. Solo hay cinco lanchas y las cinco tienen permiso para pescar. Es una noche muy clara, es cierto, pero nunca se puede bajar la guardia. Apaga el reflector hasta la próxima ronda.
Cachimbo encendió un cigarro y se lo fumó despacio parado en los arrecifes junto a Mario. Cuando terminó, tiró la colilla al mar, entró a la caseta y se sentó en una banqueta a revisar su fusil y a contar sus balas. Mario se sintió aliviado. Se acomodó en el banco frente a la caseta, recostó su fusil y se puso a contemplar la noche. El mar dormitaba a sus pies. Las estrellas estaban más cerca que nunca. Entonces la piel de Lucía lo tomó por asalto y se entregó por entero a soñarla.
Vitico seguía avanzando suave, apenas rozando el mar. No quería desdibujar los rieles perfectos de las tres lunas majestuosas sobre el agua. Además, el éxito de lo que tenía que hacer dependía del factor sorpresa. Dejó de remar por unos instantes. Se pasó ambas manos por los cabellos pegajosos de salitre, se acomodó la camiseta rota sobre los hombros y buscó a tientas el arpón en el fondo del bote con uno de sus pies descalzos. La embarcación había empezado a hacer agua pero no le prestó atención. No pudo evitar una carcajada al pensar en lo que estaba a punto de hacer. De pronto recordó. Hizo silencio y miró a todos lados asustado. Empezó a remar de nuevo.
Lucía dormía sonriente en la penumbra plateada de su cuarto. En una fracción de segundo, la sonrisa se le convirtió en una mueca de horror y comenzó a retorcerse atormentada por visiones terribles que le fueron perlando la frente de sudor. Finalmente dio un grito espeluznante y se sentó en la cama. Abrió los ojos y suspiró largamente.
-Menos mal… todo fue un mal sueño…
Se levantó y fue a la cocina. Se bebió lentamente un vaso de agua. Al terminar, tomó una decisión y regresó corriendo a su cuarto.
A Mario lo despertó el zumbido de una bala rozándole le mejilla. Le siguieron otras. La ráfaga en abanico espantó a las gaviotas y lo hizo tirarse al suelo. Cachimbo se acercó gritando como un endemoniado sin parar de disparar.
-¡Alto ahí, cabrón! ¡A Cachimbo nadie se le escapa!
Cuando lo tuvo a su lado y se supo fuera de la línea de fuego, Mario se incorporó y le gritó.
-¿Estás loco? ¡Por poco me matas!
-Un hijo de puta se me quiere escapar. ¡Alto ahí, comemierda!
-Basta Cachimbo, no tires más. El bote está al pairo.
-Enciende el reflector y apúntale. Quiero verle la cara al cabrón
Mario fue hasta el reflector mientras Cachimbo tiraba un garfio amarrado a una soga para alcanzar el bote y halarlo hasta la orilla. Justo cuando ensartó la pequeña embarcación, la luz del reflector guiada por Mario iluminó completamente el viejo bote vacío y manchado de sangre que se movía con las olas.
-¡Rastrea, Mario! ¡Tiene que estar cerca!
Mario se estremeció. Conocía muy bien aquel bote viejo y mal calafateado. Aguzó la vista alrededor del bote. Lo vio. Flotaba a duras penas. Junto a él, un punto de luz intermitente. Desvió rápidamente el reflector y tomó una decisión. Fue corriendo hacia Cachimbo.
-No se ve nada. El tipo debe estar del otro lado del castillito. Ve a buscarlo. Yo me quedo vigilando
-¿Y desde cuándo tú eres el que da las órdenes?
-Disculpa, Cachimbo. Pensé que querías agarrarlo tú mismo. Si quieres voy yo
-¡No! – lo cortó tajante - ¡Déjamelo a mí! Herido como está no puede ir lejos. Quiero darme el gusto de patearlo antes de entregárselo al teniente. ¡Espérame aquí!
En cuanto Cachimbo se perdió de vista, Mario se descalzó las botas militares y se lanzó al mar. Nadó guiado por el reflejo del punto luminoso hasta llegar junto a Vitico. Lo rodeó con un brazo y con el otro alcanzó la orilla. Con cuidado, lo depositó sobre los arrecifes y se arrodilló junto a él. Vitico tenía balazos en las piernas y en los brazos y uno enorme en el pecho. Jadeaba pero no soltaba el arpón.
-¡Vitico! ¿Por qué te alejaste de la orilla? Sabes que no se puede pasar de este punto sin permiso
Vitico hizo un esfuerzo supremo por hablar.
-Tenía que… hacerlo
Mario se quitó la camisa mojada, la dobló y se la colocó sobre el pecho, haciendo presión sobre aquel agujero por donde a Vitico se le escapaba la vida. Vitico trató de hablar nuevamente pero la tos lo interrumpió.
-Cálmate, Vitico. Voy a llevarte al policlínico.
Mario intentó cargarlo pero Vitico alzó con sus últimas fuerzas el arpón que tenía en la mano derecha y le apuntó al corazón.
-¡No! Tengo que hacer… algo…
Tosió hasta que se atragantó con su sangre. Mario no sabía qué hacer.
-Tranquilo, Vitico. No hables más.
-Es noche de tres lunas… si pesco una… Lucía me querrá… siempre…
Vitico sonrió al pronunciar el nombre de su amada. Siguió hablando en un susurro.
-Una luna… para Lucía… ayúdame…
A Mario se le hizo un nudo en la garganta. Vitico era el menor de tres hermanos. Era retrasado mental pero nunca le había hecho daño a nadie. Por el día cazaba gorriones que luego soltaba al atardecer. En las noches, se subía a su cachucha varada en la arena y cazaba cangrejos y cocuyos creyendo que pescaba en alta mar. Lucía era una de las pocas personas del pueblo que nunca se había burlado de él ni de las tres lunas que aseguraba salían ciertas noches y que solo él podía ver... En ese momento, el jadeo de Vitico se hizo más intenso. Con un hilo de voz, volvió a hablar.
-No voy a poder… péscala tú… dásela a Lucía… quiérela mucho…
Vitico le entregó el arpón y se aferró a la mano de Mario con una fuerza inusitada. En ese momento, la voz de Cachimbo resonó detrás de ellos.
-¿Agarraste al cabrón? ¡Déjame verle la cara al gusano de mierda!
Mario permaneció agachado y le contestó sin volverse.
-Es Vitico.
-¿Vitico? ¿El bobo queriéndose escapar?
-Sólo iba a pescar la luna…
-¿La luna? ¡Qué clase de comemierda! Bueno, él se lo buscó. En mi turno nadie pesca sin permiso. La revolución está primero que todo y
Mario sintió cómo la presión de la mano de Vitico cedía poco a poco. Vio caer su brazo inerte. Cachimbo siguió hablando su mojiganga pero Mario dejó de escucharlo. Le cerró los ojos a Vitico, le acomodó ambas manos sobre el pecho destrozado y se persignó. Una rabia inmensa empezó a subirle por la garganta. Apretó el arpón de Vitico hasta que los nudillos se le pusieron blancos. Cachimbo seguía con su perorata.
-… una violación de la ley revolucionaria. Yo simplemente cumplí con lo orientado. A fin de cuentas, dicen que los hermanos de Vitico son desafectos y quieren irse del país… a lo mejor esto sirve para escarmentar a ese par de gusanos. Nada, que al bobo le tocó joderse. Voy a llamar al teniente. Ven conmigo pero no abras la boca. Aquí el que cuenta lo que pasó soy yo
Mario seguía agachado junto a Vitico sin moverse. Cachimbo perdió la paciencia.
-¡Vamos! ¿Qué esperas?
Mario saltó como un tigre. El arpón atravesó de lado a lado el pecho de Cachimbo. Mario lo vio caer de rodillas, lentamente, con los ojos muy abiertos y sin comprender qué le había sucedido. Para Mario todo parecía un sueño en cámara lenta hasta que el grito de Lucía lo trajo a la realidad.
-¡Mario!
-¡Lucía!
-Lo sabía. Tenía un presentimiento
-¡Vete Lucía! ¡Vete de aquí!
-No me voy sin ti
Lucía corrió y se abrazó a Mario temblando. Entonces vio el cuerpo de Vitico destrozado y lleno de sangre sobre los arrecifes. Se horrorizó.
-¿Qué han hecho?
-No fui yo, fue…
Sonaron dos tiros. Mario y Lucía siguieron abrazados, mirándose a los ojos, hasta que se desplomaron. Cachimbo trató de caminar pero no pudo. Le vino una convulsión y volvió a caer, esta vez de bruces, con el fusil aún en la mano. Se hizo un gran silencio.
Empezaron a acercarse los primeros curiosos. Vitico, Mario y Lucía se convirtieron en tres soplos de bruma y se lanzaron al mar. Antes de perderse por completo en el horizonte, miraron hacia atrás y el destello de tres lunas formó un relámpago sobre el único cuerpo que quedaba en la orilla. Poco después todo se puso oscuro y empezó a amanecer.
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Lindo Gisela, gracias por compartirlo.
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