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miércoles, 6 de abril de 2011

UNA MATERIA EN APRIETOS...


Me levanté a las cuatro de la madrugada y fui directico a encender el fogón de leña. Cuando el agua del jarrito estuvo hirviendo, se la dejé caer encima al café dentro de la coladera de fieltro y el chorrito de néctar negro fue llenando el güiro.

-Hoy es un día grande, Yeyé – me dije, mientras tragaba sorbito a sorbito la infusión, - hoy al fin vas a conocerlo…

Cuando terminé, busqué el caldero grande de hierro, lo coloqué sobre la hornilla y vertí en el mismo un saco de granos secados al sol. Agarré una paleta de madera y empecé a revolverlos con un movimiento circular y rítmico mientras canturreaba mis lereles incomprensibles. Estaba feliz. Los granos fueron adquiriendo un color marrón parecido a la canela y desprendiendo un aroma que subía por las paredes de yagua, se derramaba por las ventanas del bohío y se elevaba como una caricia hasta el mismísimo sol haciéndolo sonreír. Así estuve varias horas.

A las 11 de la mañana puse a hervir unas malangas y me senté frente a mi vieja máquina de coser. Pedaleé sin descanso hasta que la saya de siete vuelos rematados en encaje estuvo lista. La extendí sobre la cama. Parecía una cascada de espuma. La miré orgullosa.

-Está linda. Esta noche me la van a celebrar.

Me almorcé las malangas ‘apurruñadas’ con un montón de chicharrones de puerco que me habían sobrado de la noche anterior y me dejé caer en mi comadrita a dormitar la siesta. El cansancio me venció a los pocos segundos. El cacareo de una gallina que entró volando por una ventana me hizo despertar sobresaltada. Venía huyendo despavorida de un gato hambriento pero yo la tomé por un mal augurio. Entonces me percaté de los nubarrones.

-Mmm… Ojalá que el aire se lleve los celajes.

Sabía muy bien que aquello no era bueno. Cuando alguien tuesta café no puede mojarse ese día y menos con agua de lluvia. De hacerlo, la persona se pasma sin remedio. Y esa noche me iban a dar una misa espiritual para coronar mi Orisha. Yo confiaba que la ceremonia con los santeros me ayudaría a ‘pasar’ mi muerto por primera vez, o sea, a caer en trance y dejar que mi ser de luz se adueñara de mi materia y hablara a través de mí. Nunca había logrado hacerlo. Siempre que iba a un toque de santo veía a los demás en la ‘retorcedera’ y, por no ser menos, fingía. Pero esta noche iba a ser distinto. Estaba convencida de que mi muerto luminoso vendría y me cabalgaría a su antojo y se acabarían los fingimientos de una vez y por todas. Por eso no podía faltar. Además, ya había pagado con dinero y palomas por la misa.

-No debí haber tostado granos hoy…

El resto de la tarde lo pasé velando las nubes. Por suerte, el viento las empujó lejos y descargaron en otro sitio. Al anochecer, me vestí con la blusa y la saya blanca de siete vuelos. Me acomodé el turbante y los collares y salí contoneándome por la acera. Me sentía como una reina y así mismo lucía.

-Esta es tu noche, Yeyé. Los vas a sorprender a todos con un ‘muertazo’ espectacular.

La misa comenzó a las ocho en punto. Los espiritistas se untaron cascarilla y se santiguaron con siete potencias. Luego ocuparon sus lugares alrededor del altar, una mesa cubierta por un mantel blanco con varias copas de agua y velitas encendidas dispuestas en semicírculo. En el medio estaba la copa más grande con un crucifijo dentro. Los presentes empezaron a orar y a invocar a los espíritus buenos. Yo estaba detrás de ellos. Los miraba fascinada. Algunos de los presentes empezaron a dar signos evidentes de que estaban entrando en contacto con el más allá. En ese momento sentí una electricidad por todo el espinazo. Me alegré internamente.

-Ya debe estar llegando el muertico, siá cará…

Cuando los espiritistas terminaron la invocación, se fueron levantando uno a uno y dirigiéndose a un balde de agua con perfume y pétalos de flores blancas que había en una esquina de la habitación. Allí sumergían sus dos manos y luego se las pasaban por la cabeza, el cuello y el cuerpo. Por último las sacudían con fuerza en el aire y hacían restallar los dedos para que sus espíritus quedasen limpios y relucientes. Luego iban regresando a sus puestos. Finalmente, me pidieron que yo hiciera lo mismo. Fui hasta el balde. Sabía que todos me miraban. Sumergí apenas la punta de los dedos en el agua y me santigüé en el aire. Sentí un estremecimiento y me dije:

-Es el muerto… Ya viene…

Todos comenzaron a rezar en voz baja con los ojos cerrados. Yo trataba de concentrarme con todas mis fuerzas pero el desgraciado del muerto no aparecía. Empecé a dudar. ¡Ven, coño! No me dejes embarcada otra vez… Cerré los ojos y empecé a contorsionar el cuerpo a ver si lograba hacer aterrizar al ser de luz más terco del mundo... Me doblé hasta el piso y toqué varias veces el suelo con los nudillos. Respiré grueso. ¡NADA! Entonces hablé en voz baja con él:

-Qué vengas, carajo… Hoy no voy a disimular, hoy tienes que venir de verdad, muerto vagabundo…

Seguí haciendo visajes con los ojos cerrados. Todos pensaron que el muerto ya me había empezado a ‘montar’.Diligente, el Babalocha agarró el balde de agua con perfume y pétalos de flores y con sus manos rociaba el altar mientras cantaba:

- Comisión despojadora, comisión del más allá, despojando y santiguando, virgen de la Caridad

Acto seguido, se viró hacia los presentes y los roció también con el agua. Todos cantaban y rezaban cada vez más fuerte y con los ojos cerrados. Yo los espiaba por una rendija de las pestañas y seguía pataleando. Por último, el Babalocha fue hasta donde yo estaba y empezó a lanzarme el agua del despojo encima. Yo entré en pánico:

-Dios mío. No puedo mojarme. Me voy a pasmar. Y para ellos ya estoy en trance… ¿Qué hago? ¿Qué hago?

Desesperada, di un salto hacia atrás y con una voz grave y ajena, como si fuera la voz del muerto, empecé a hablar: -

-Alto. Nadie tá mojá la materia de Yeyé porque esa materia tostó café….

Primero se hizo un silencio sepulcral. Después estallaron las carcajadas. A mí no me quedó más remedio que dejar de retorcerme y reconocer que no estaba en ningún trance. El Babalocha pospuso la misa espiritual para un día en el que mi materia estuviese mejor dispuesta y se fue con los otros santeros a comerse el chilindrón de chivo que tenían preparado para después de la ceremonia.

Salí de allí como el perro que tumbó la olla. Estaba encabronadísima con mi muerto jodedor al que todos podían ver menos yo. Estuve de mal humor durante un mes. Todo se me vino a pasar cuando escuché por el radio a Trespatines con la orquesta Melodías del 40 cantando “No mojen a la materia que la materia tostó café”. Enseguida me di cuenta del mensaje.

-Claro, mi muerto es un artista que canta por la radio… por eso no puedo verlo...

Me fui corriendo a casa del Babalocha a darle la buena noticia.

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