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viernes, 1 de abril de 2011
EL SECRETO DEL CABALLERO
El último reflejo de la tarde se disolvió en el mar. En ese momento, un contrapunto de salitre se elevó hasta el cielo y selló el misterio de aquel día derramando un bolero de estrellas sobre la noche. Ella caminaba por el Prado. Su figura, envuelta en un vestido blanco que flotaba en la brisa, se delineaba sensual contra cada uno de los destellos del Morro. Pero ella no se percataba. Simplemente andaba, casi sin apoyar los pies. Sus ojos, fijos en el horizonte, eran tan enigmáticos como sus labios entreabiertos, congelados en el límite entre el beso y la blasfemia.
- Hoy tengo que contárselo todo… - murmuró el hombre que la miraba en silencio.
Era el hombre que noche tras noche la observaba desde el rincón más oscuro del Malecón. Más bien le escudriñaba el alma a su antojo escondido en las sombras. Por eso sabía que desde hacía mucho tiempo aquella mujer sublime estaba enferma de muerte. Era preciso revelarle el secreto. Ella cruzó la avenida y se sentó en el muro. Él se tusó el bigote y se alisó el traje. Apretó el cartapacio de papeles y lápices de colores contra su pecho y avanzó con paso decidido. Cuando estuvo junto a ella, la saludó con una profunda reverencia y le extendió una tarjeta de papel.
- Toma. Es para ti.
La joven lo miró y él sintió la sensación de estar viajando totalmente a la deriva hacia el centro de aquella mujer divina, atraído por el remolino de una tormenta que lo arrastraba a un abismo delicioso donde quería zozobrar. En ese instante, una ola se deshizo en espuma contra los arrecifes de la costa y un repiqueteo de tambores llegó lejano, como un acorde de tensión.
- Ábrela. Dentro hay una pintura.
Con sus manos delicadas y sabedoras, la mujer abrió la tarjeta. Estuvo mirándola durante varios minutos. Un temblor apenas perceptible le estremeció el mentón y eso fue suficiente para que echara a volar un bando de gaviotas desveladas.
- ¿Has pintado la nostalgia?
- No es la nostalgia… eres tú. Estos son tus ojos: dos disparos de azabache tratando de encontrar los rostros perdidos... y estas, tus pestañas, aleteando con los suspiros de todos los que sufren en silencio. Aquí están tus insomnios, amasados con lágrimas y humo de tabaco… y aquí todos tus días que se te han vuelto tan iguales que retroceden en lugar de avanzar. Los trazos grises son el dolor de los que te extrañan porque ya no te tienen. Las líneas azules, la pena de los que, teniéndote, te añoran porque te le escurres entre escombros y consignas. En las grietas de las aceras navegan en círculo risas de niños y destellos de pirulí que se han quedado sin dueño. Bajo tus árboles - todos los mediodías - sopla el susto de algún primer beso que no sabe a dónde ir. En cada esquina rebota el guaguancó entristecido que te recorre las venas y a duras penas te hace latir el corazón. De cada balcón roto salta una historia que te desgarra el alma y se escurren poco a poco las cuentas de los collares de todos tus Orishas. Tus jóvenes son viejos. Tus viejos, sobrevivientes de un gran carnaval. Tus noches son recuerdos de caricias que fundaron luceros, líneas de aguardiente y cuerdas de guitarra que fabrican escarcha. Tus días son el mar, lanzando olas de promesas que se vuelven espuma. Te han mutilado la risa con prohibiciones y secretos. Te han sembrado enredaderas de desconfianza donde antes había relojes de sol. Tus orillas se han convertido en muros transparentes desde donde se lanzan al suicidio los que aman la vida. Eso eres tú. Y a la vez, una pasión que encadena para siempre…”
- ¿Cómo sabes todo eso?
Porque en esa pintura también estoy yo... Muchos piensan que estoy muerto. Otros siempre me creyeron un poco trastornado. Solo a ti te voy a decir la verdad: yo soy esa bruma casi imperceptible que se levanta junto a ti todas las mañanas… y soy la última nube violeta de todas tus tardes. Con mentiras confundieron la historia y hasta me hicieron pasar por loco. Mi única locura ha sido… ¡Si supieras!
- Cuéntame la verdad.
- Nací lejos, allá por Lugo, en España, en una casita humilde de Fonsagrada. Allí estaba tranquilo hasta que un día tu aroma me desquició la siesta. Un amigo de mi padre hablaba de ti y yo desperté sudoroso y afiebrado, enamorado de tu olor. Algunos se empeñan en afirmar que vine a conocerte para olvidar el amor de mi vida, una joven que murió en mis brazos… ¡Qué poco me conocen! A los quince días exactos de aquel mediodía, con solo doce años de edad, me subí al vapor alemán Chemnitz y partí a tu encuentro. Apenas te vi, un 10 de diciembre de 1913, te adueñaste de todos mis sentidos y me rendiste el alma. Al principio trabajé en una bodega en la calle Genios, después en una tienda de flores, más tarde en una librería y hasta en una oficina de abogados. Trabajaba mucho pero todas las tardes me bañaba y me vestía de limpio para ir a visitarte…no, tú no puedes acordarte. Siempre te miraba desde lejos, tratando de atrapar en el aire alguno de tus suspiros con olor a flores y a mango maduro… en fin, estudié algo, hasta un poco de inglés, y trabajé en los hoteles Inglaterra, Telégrafo, Sevilla, Manhattan, Royal Palm, Salón A y Saratoga. Era tan feliz…
El hombre hizo silencio. Era evidente que le dolían los recuerdos. Ella insistió curiosa:
- ¿Qué fue capaz de acabar con tanta felicidad?
- La infamia. No voy a aclarar la causa. Son muchas las conjeturas: que robé un billete de lotería; que asesiné a cierto ilustre señor; que hurté mercancías de un bodegón; que el dueño de un hotel - en un rapto de celos - me tendió una trampa y me acusó de ladrón; que una señora de alto copete declaró que había robado sus joyas y años más tarde – ya enferma de muerte – la señora confesó que todo era mentira, que ella misma las había usado para pagarle a un chantajista que la amenazaba con contarle a su esposo los detalles de su romance prohibido. Hasta llegaron a decir que tuve mujer e hijos y que todos murieron en el naufragio del Valbanera. Y que, desesperado por la pérdida, me embriagué hasta perder la cordura y comencé a destruir todo lo que tenía a mi alcance hasta que me llevaron preso. Otra de las fábulas es que tenía una novia parisina, que la convencí para que se reuniera conmigo y que fui a esperarla al muelle con un ramo de flores. Allí me enteré que había muerto en altamar y entonces perdí la razón. La gente repite mil historias pero ¿sabes una cosa? Lo único cierto de todo eso es que fui a parar a la cárcel. Allí sí enloquecí… ¡No podía verte! Encerrado en una celda sin ventanas traté de morir de la tristeza y ni tan siquiera pude hacerlo. Entonces decidí pintarte según te recordaba, trazo por trazo, antes de que la locura me borrara tu cara…
- Y hoy al fin me muestras la pintura.
- No. Esta no es aquella. Aquella estaba llena de risas, serpentinas y cucuruchos de maní. Había lágrimas pero se endulzaban con el guarapo y se evaporaban con los pregones y las velas encendidas de fe. Había jóvenes con antorchas caminando por la ciudad. En aquella otra pintura había colores fuertes y futuros posibles. Esta de hoy es diferente… Pero mejor te sigo contando. Después que salí de la cárcel volví a ti con más fuerza. Trasnoché contigo todas tus madrugadas y logré que me dejaras vivir debajo de tu piel para guarecerme de los aguaceros. Recorrí tus venas y sentí de primera mano tus emociones, tus angustias, tus alegrías, tus desengaños, tus terribles desgarramientos, tu desesperanza. Sufrí contigo. Tanto, que el cabello se me llenó de desdicha blanca. La indiferencia y la desidia te fueron volviendo transparente y yo fui desapareciendo junto contigo. Ahora soy un misterio, un cuento impreciso y unas cuantas notas en un danzón. Algunos pretenden decir que habito en un libro y otros creen haberme encerrarme en una estatua de bronce. Todo eso es mentira. Yo solo vivo en ti. ¡Por eso temo perderte! Te has convertido en un cadáver a punto de suceder. En un cúmulo de ausencias. En fragmentos que aún viven en ciertos adoquines o en la solemne quietud del Templete pero amenazan con morirse de calumnias y extranjeros. Eres una joven con el alma vieja a la que han forzado a caminar avenidas ajenas, largas y tortuosas, y hoy no logra encontrar el camino de su regreso al futuro. Por eso te voy a revelar mi secreto: en todas mis razones solo has estado tú. Te amo desde siempre y te amaré hasta el final de los tiempos. No sé si otros te aman. Como yo, ninguno podrá hacerlo. No puedo evitar que llores. No puedo hacerte reír. Pero con mi amor intentaré ahuyentarte las penas para que no te mueras. Con mis besos, trataré que despunten de nuevo los jazmines en todas tus enredaderas. Tú has sido mi única novia, Habana mía… y yo siempre seré tu Caballero de París... No me abandones que yo… ¡yo no te dejaré nunca!
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.... Gisela esta es la descripcion mas elocuente que he leido en toda mi vida de nuestra Ciudad ! me haz hecho sentir que soy La Habana enrrededa en los jirones de la piel de nuestro enigmatico Caballero de Paris ! Eres Genial Cojimera !! te admiro y en este relato mis votos innumerables para una premiacion con presedente !
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