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miércoles, 1 de septiembre de 2010

El triste destino de Beremunda y el misterio de su hija Dana

Tras una larga travesía entre hipos y vahídos, Beremunda y Narciso desembarcaron en Londres una mañana de lluvia con sol. Narciso vendió su anillo de graduado y su leontina de oro y abrió un pequeño consultorio. Durante el día trabajaban sin descanso, él como médico y Beremunda como su ayudante. Por las noches, cerraban las persianas y hacían el amor entre botellas de formol y pomos de árnica hasta caer desfallecidos. Con el tiempo lograron juntar suficiente dinero para comprarse una casa junto al lago. Allí vivieron felices durante varios años hasta que el frío le cristalizó los pulmones a Beremunda. Narciso empeño toda su fortuna pero nada logró entibiarle el aliento a su amada. Narciso enloqueció con la muerte de Beremunda, abandonó su práctica de médico y hubo que recluirlo en un sanatorio. La hija de ambos, Dana, que sólo tenía tres años de nacida en ese momento, quedó a cargo de Nimue, el ama de llaves de la casa del lago.

Dana creció en contacto directo con el bosque, los animales y las fabulosas historias de Nimue, repletas de hadas, reyes, espadas y magos legendarios. A los cinco años Dana era capaz de comunicarse con los ciervos, leer los mensajes que las nubes escribían en el lago y mover objetos de lugar con solo mirarlos. A los diez, pasaba horas en una cueva del bosque donde aseguraba que vivía un viejo barbudo llamado Merlín que decía ser su tío y que era capaz de convertir las piedras en sapos. Cuando Dana cumplió veinte años fue por primera vez a una celebración de la noche de las hogueras. Allí conoció a Sir Owein, un joven alto, fuerte y huérfano de padre y madre que se quedó hipnotizado al ver el reflejo de las llamas bailando en los grandes y enigmáticos ojos verdes de la bella Dana…

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