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viernes, 15 de abril de 2011

LOS IBEJIS

Lo vio acercarse y por un momento pensó que era él mismo aproximándose a un gran espejo. Delgados, con el cabello revuelto y una gran mancha roja a la altura del pecho, los dos jóvenes parecían gemelos. Como todos los años, se miraron fijamente a los ojos. Como todos los años, compartieron un cigarro en silencio bajo el mismo almendro. Al rato pasó volando una paloma. Uno de ellos rompió de un tirón la tradición de aquellos desencuentros y lanzó una pregunta.

-¿Vas a participar?

-No. Esta vez solo vengo a mirar

-¿Por qué?

-Porque ya es hora de saber. Necesito saber

-¿Qué cosa?

-La verdad. Si valió la pena…

-¿Y tú no sabes? Pues yo hasta creo que volvería a hacerlo. Claro, no sería tan ingenuo. En estas cuestiones no bastan la testosterona y las convicciones. Hace falta inteligencia y fuerza. Fuerza propia. Hay que tener amigos pero no depender de ellos… Cambiaría algunas cosas, sí, pero lo haría de nuevo

-¿Cómo puedes estar tan seguro?

-Porque la vida me ha dado la razón. Mira todo ese gentío, vociferando su propio miedo y traspasándose la carne con cerrojos y pancartas a cambio de un pedazo de impunidad para sobrevivir… Y allá arriba, esas miradas desdeñosas y gastadas, casi agonizantes, perpetuándose en lo único que saben hacer: el odio. Mira a tu alrededor… Ruinas, miserias y ausencias en un bastión oxidado donde no llega ni la guerra. Solo hay caminos exhaustos y cuerpos vacíos; cuerpos de alquiler que apenas se atreven a parpadear de noche cuando nadie los ve… Y niños que nacen muertos y viven en una trampa hasta el último de todos sus días idénticos… Yo quería la risa y los caramelos… ¡No esto!

-¿Y tú sabías que todo iba a terminar así?

-No. La verdad que no. Nunca imaginé que llegaría a ser así…

-Pues yo tampoco. Yo pensaba que sería diferente. Tenía el corazón lleno de ilusiones, de esperanzas… de consignas… ¡qué eficaces pueden ser las consignas…! Yo también quería golosinas y arroz con pollo y domingos llenos de carriolas. Yo lo haría de nuevo en nombre de aquel sueño. Si hubiera sabido que… ¡Ahora siento tanta culpa!

-No, tú no eres responsable. Eres la víctima de muchas cosas… igual que yo. Los culpables son otros, los que sí sabían... los que sí podían. Tú y yo queríamos lo mismo. ¿O queremos lo mismo…? Tú y yo al final somos… ¡Somos hermanos!

La última palabra estalló como un relámpago en la sofoquina de la tarde y se quedó retumbando en el aire durante un rato.

-¿Cómo te atreves? Somos enemigos. Enemigos a muerte. ¿O ya se te olvidó que nos matamos en una playa hace cincuenta años? ¿No recuerdas que te disparé en el pecho y que caíste de bruces y que cuando pasé por tu lado diste un salto y me clavaste una bayoneta en el corazón y que los dos nos quedamos abrazados, desangrándonos en la orilla, mientras las olas se bebían nuestros suspiros y nuestro miedo?

-¿De verdad que todavía crees eso? ¿Aún me odias?

-No. Ya no… Tengo que reconocerlo. ¡Ahora lo veo todo tan distinto! Amábamos la vida. Crecimos haciendo travesuras en el barrio ¿te acuerdas? Fuimos juntos a la escuela y hasta nos enamoramos de la misma maestra… éramos ibejis. Ahora somos dos muertos que no acabamos de morir del todo… hay tanta mentira en nuestra historia... tanto sufrimiento en nuestro pueblo. Los muertos no pueden morirse si no tienen un lugar justo en el recuerdo de su gente, un sitio digno donde poder descansar...

El acorde final de la última marcha se apagó en los altoparlantes. Todo se llenó de silencio. Solo las grandes banderas de tela roja restallaban con la brisa mientras los cuerpos desaparecían por todas las esquinas y el gran escenario se iba quedando vacío.

-Mira. Se acabó el desfile. Ya podemos marcharnos. Hasta el año que viene…

Se miraron de nuevo. Como todos los años, en ese momento se separaban, partían en direcciones opuestas, se iban caminando sin mirar atrás. Por primera vez no pudieron hacerlo. Se fundieron en un largo y apretado abrazo. En ese momento, desde una esquina de la plaza les llegó un clamor de voces. Los dos miraron en la misma dirección. Un grupo de hombres y mujeres gritaban algo. Otros los insultaban. Un corazón empezó a latir al final de una calle. Nadie podía detenerlo.

-A lo mejor este es nuestro último desfile…

-A lo mejor... ya es hora de descansar para siempre

Se estrecharon las manos, dieron media vuelta y se fueron andando lento hasta perderse en las nubes. Delgados, con el cabello revuelto y una gran mancha roja a la altura del pecho, aquellos dos jóvenes parecían gemelos.

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