Tengo un secreto: el corazón me duele siglos… Quizás por eso no logro encender sonrisas. ¡Cuánto lo disfrutaba…! Pero le he perdido el compás al relámpago. Busco en mi cerebro alguna fórmula que me saque de estas aguas estancadas. Solo encuentro la nada, una nada inmensa que he llegado a creer que merezco y que me ha cristalizado las entrañas. Esa es mi mojiganga. La llevo a flor de piel pero es clandestina…todos la esquivan o nadie se percata.
Trato de exorcizar mis culpas. ¿Temor al fracaso? No. No le temo al fracaso. Sólo me espanta no haber hecho el intento. ¿Ataduras? Sí. A muchas cosas inconfesables que terminan por convertirme el huracán en suspiro. Cosas que al final no son para mí pero las asumo con gran egoísmo. ¿Ingravidez? Más bien es una manía de querer ser leve… ¡Total! Cuando de la montaña de ansiedades que reprimo se me escapa alguna, siempre cae estruendosa a la hora de la siesta o en cualquier otro momento igualmente inoportuno. Así supongo, por la palabra tajante que rebota orillándome o por el silencio, siempre elocuente, que me recuerda que no pertenezco… que mi lugar es allá afuera, donde llueven las lluvias ajenas que no son de nadie.
Necesito estar viva. Compartirme, equivocarme, luchar y volverme a entregar. Corazón de guerrera. Pero eso ya no se usa. El poder es más encubridor y menos tenaz. Deslumbra tanto que no deja ver el hipo ni ningún otro feo vicio humano, ni tan siquiera la divina mediocridad. La palabra de orden es preservarlo a costa de cualquier ala. Yo insisto, terquísima. Escribo y escribo; paso horas atrapando palabras, buscando los sonidos de la alegría, de la tristeza, del odio, de la soledad… la música de cada sentimiento, su eco en el universo. Navego por personajes que invento pero, invariablemente, en algún punto ellos se convierten en mí y termino haciéndolos llorar mi mojiganga… No me asusta. De todos modos no hay peligro. El secreto queda a buen recaudo. A ellos tampoco los escucha nadie…
Trato de exorcizar mis culpas. ¿Temor al fracaso? No. No le temo al fracaso. Sólo me espanta no haber hecho el intento. ¿Ataduras? Sí. A muchas cosas inconfesables que terminan por convertirme el huracán en suspiro. Cosas que al final no son para mí pero las asumo con gran egoísmo. ¿Ingravidez? Más bien es una manía de querer ser leve… ¡Total! Cuando de la montaña de ansiedades que reprimo se me escapa alguna, siempre cae estruendosa a la hora de la siesta o en cualquier otro momento igualmente inoportuno. Así supongo, por la palabra tajante que rebota orillándome o por el silencio, siempre elocuente, que me recuerda que no pertenezco… que mi lugar es allá afuera, donde llueven las lluvias ajenas que no son de nadie.
Necesito estar viva. Compartirme, equivocarme, luchar y volverme a entregar. Corazón de guerrera. Pero eso ya no se usa. El poder es más encubridor y menos tenaz. Deslumbra tanto que no deja ver el hipo ni ningún otro feo vicio humano, ni tan siquiera la divina mediocridad. La palabra de orden es preservarlo a costa de cualquier ala. Yo insisto, terquísima. Escribo y escribo; paso horas atrapando palabras, buscando los sonidos de la alegría, de la tristeza, del odio, de la soledad… la música de cada sentimiento, su eco en el universo. Navego por personajes que invento pero, invariablemente, en algún punto ellos se convierten en mí y termino haciéndolos llorar mi mojiganga… No me asusta. De todos modos no hay peligro. El secreto queda a buen recaudo. A ellos tampoco los escucha nadie…
Reboto del Facebook y me detengo. Tras una lectura rápida me gusta el pensamiento. Tengo que dedicarle más tiempo que hoy no tengo, pero seguiré la pista
ResponderEliminarGracias