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martes, 9 de noviembre de 2010

LA PASIÓN DEL ENANO...


-¿Estás segura que el tipo es de confianza?

-Claro, chica. Es un descendiente de los indios yanomami, del mismo Amazonas.

-Ah, sí. ¿y qué hace aquí en Cuba?

-Dicen que vino a cumplir la misión de su vida

-El pobre. Tremenda misión…

-A ti lo que te interesa es que te ayude a conseguir marido ¿no es cierto? Ya tienes 30 años y no la has visto pasar. Y con esa gordura no tienes muchas perspectivas.

-Tampoco así, Regina. Hay muchos que las prefieren gordas.

-Pero tú no has encontrado ni a uno… Deja ver… sí, aquí mismo es. Ya llegamos.

Las dos mujeres se detuvieron frente a una de las numerosas puertas que daban al largo pasillo del solar de la Habana Vieja. Regina dio tres toques en la puerta. A los pocos instantes escucharon el sonido de un cerrojo descorriéndose y la puerta se abrió de par en par. Allí frente a ellas estaba el famoso Rubelio “el iluminado”. Apenas medía 5 pies de estatura. La piel era color aceituna y sobre la cabeza tenía una burda peluca negra, con una melena recortada en redondo, que parecía la mitad de un coco. Toda su vestimenta se reducía a un minúsculo taparrabos y varios brazaletes de algodón trenzado en las muñecas y los tobillos. La cara, el abultado vientre y las piernas, los tenía cubiertos de extraños símbolos en rojo y negro y de la nariz le asomaba desafiante una argolla de madera. Venus se estremeció. Regina se dio cuenta que a su amiga le flaqueaban las fuerzas y tomó el mando de la situación.

-Buenos días señor Rubelio. Mi nombre es Regina. Ella es mi amiga Venus. Yo hablé ayer con usted. Tenemos el turno de las 10 de la mañana.

-Meferefú changó, perdón, mamo kori yomamá

-¿Mamo qué?

-Eso es buenos días en idioma yanomami. Adelante, adelante, que tengo el día repleto de clientes y no puedo perder tiempo.

Regina empujó suavemente a Venus hacia adentro del cuartito del solar y Rubelio el Iluminado cerró la puerta y pasó el cerrojo. La habitación era pequeña. Estaba dividida en dos por una desgastada sobrecama de chenille que colgaba de una tendedera de pared a pared. A pesar de la poca luz, se podía apreciar una silla y una mesa llena de velas, collares, sapitos de barro pintados de color naranja, mazas de madera de distintos tamaños, hojas secas, cuezos llenos de polvo blanco, hachas, machetes, plumas, botellas de aguardiente, arcos, flechas y un espejo; todo en perfecto desorden y envuelto en un vaho agridulce.

-Y bien ¿Cuál de las dos viene leerse el libro de la vida?

-Ella. Venus.

Regina empujó a la azorada Venus sin poder desviar la mirada del abultado taparrabos de Rubelio el iluminado.

-Entonces, mamo kori Venus, pase detrás de la sobrecama, quítese la ropa y acuéstese boca abajo en la camilla

-¿Qué dice? Yo solo vengo a que me diga el futuro

-Señorita, para decirle el futuro tengo que leer lo que dicen las líneas de su vida

- ¿En mis manos?

-No. En sus nalgas.

Venus dio un salto y Regina la agarró por el brazo cuando ya se iba a echar a correr.

-¿Qué haces, Venus? Si hemos llegado hasta aquí ¿qué más te da dejar que el maestro Rubelio te lea el… el trasero? Recuerda que tu caso es desesperado. Vamos, relájate. Piensa que es un médico. Además, amiga, no estás sola, yo estoy aquí.

Rubelio las miró a las dos con impaciencia. Venus tragó en seco. Con la misma resignación de una vaca que entra al matadero, Venus dio varios pasos hasta perderse detrás de la sobrecama. A los pocos minutos dijo con hilo de voz:

-Ya pueden pasar

Rubelio el iluminado descorrió la sobrecama. Venus estaba acostada bocabajo, la barbilla sobre sus manos entrelazadas y cubierta hasta los hombros con una sábana que alguna vez fue blanca. Regina se paró a un lado y le guiñó un ojo para animarla. Rubelio fue directamente al extremo de la camilla hasta quedar totalmente oculto tras aquel prominente trasero que, bajo la sábana, parecía la carpa de un circo gitano. Durante varios minutos solo se escuchaba al hombrecito susurrando palabrejas incompresibles. De pronto, haló la sábana de un tirón. Las dos gloriosas, redondas y blanquísimas nalgas de Venus quedaron al descubierto. Rubelio no pudo contenerse.

-¡Por la vagina dentada de Rajariyoma! Nunca había visto un “libro de la vida” así…

-Maestro, por favor, no asuste más a mi amiga Venus y acabe de empezar

Rubelio el iluminado levantó una ceja y fulminó a Regina con la mirada mientras le decía:

-Motoka riwé chicha-chicha

-¿Qué me dijo?

-Mujer de coneja suelta, eso le dije.

Venus alcanzó la mano de Regina a un centímetro de aterrizar en plena cara de Rubelio

-¡Regina, por Dios!

-¿No oíste lo que me dijo, Venus? ¡Fíjese Rubelio, más suelta tendrá la coneja su madre, me oyó!

-Regina, por lo que más quieras, contrólate. ¿No ves que ya me desnudé? Hazlo por mí. Discúlpela, maestro Rubelio. Regina es muy sensible.

-No, no, no. Mamo kori Regina no es sensible; es puta.

Regina hizo ademán de brincarle encima pero los ojos llenos de lágrimas de su amiga Venus la detuvieron. Estaba que echaba humo pero se contuvo. Venus llorando, en cueros y bajo aquella sábana mugrienta, realmente inspiraba lástima. Hizo silencio. Rubelio el iluminado volvió a concentrarse en la grupa de Venus. La respiración se le hacía cada vez más gruesa. Empezó a entonar una especie de cántico cuando de pronto se detuvo y dijo:

-Antes de seguir debo decirle algo, Venus. Por un “libro de la vida” del tamaño del suyo la tarifa es doble.

-El dinero no es problema. ¡Lea!

El hombrecito estuvo susurrando, cantando y escupiendo por espacio de cinco minutos, al cabo de los cuales se dirigió a la mesa y tomó de allí uno de los cuezos llenos de un polvo blanco. Agarró una pizca y se untó las fosas nasales mientras aspiraba ruidosamente. Se estremeció. El resto del polvillo en sus dedos lo sopló sobre las nalgas de Venus. Luego agarró la botella de aguardiente y se tomó tres largos tragos. Acto seguido, eructó, luego emitió un chillido espeluznante y por último empezó a hablar.

-Ebena, Yopo, Kiri-Kirimi. Señorita Venus, su caso es difícil. Oigo el macareo del río de su vida revolcándose en el mar. Hutumosi la protege pero los epíritus malos la tienen embojotada

-Maestro, traduzca, por favor.

-Señorita Venus, en su vida hay muchos ostáculos.

-De eso ya me había dado cuenta. ¿Qué más?

Rubelio el iluminado puso los ojos en blanco en gesto de suma paciencia y volvió a zambullirse detrás de los abundantes y túrgidos glúteos de Venus. Guardó silencio unos instantes, como concentrándose en sus poderes. Luego prosiguió.

-Kiri-kirimi, Shirimo, Purimayona. Profesionalmente, usted es una mujer de éxitos. Pero en el amor veo…veo…déjeme ver…está muy oscuro… realmente no veo…

-¿Cómo que no ve? ¿Acaso le enseñé el culo en balde?

-Señorita Venus, no se deseperes. Para Rubelio el iluminado no hay nada imposibles… Ahora lo veo todo claro, como en un espejo. Veo triunfo en el amor. Un hombre pequeño la amará como un gigante… pero usté tiene que encontrarlo y conquistarlo. Es su única posibilidad. Si no lo hace, Kimbín Mamulón.

-¿Qué cosa?

-Que se queda solterona y de Chi-chín, nada… Eso es todo.

-¿Eso es todo?

-Si. Son doscientos pesos

Rubelio el iluminado salió caminando despacio y ceremonioso, agarró el cuezo y volvió a darse otro pase del polvo blanco. Se sentó en una silla con los ojos bizcos de la borrachera. Venus saltó de la camilla envuelta en la sábana mugrienta y corrió la sobrecama. Agarró el vestido y los pantis de un clavo en la pared, se vistió con rapidez y le pagó a Rubelio. Haciendo un gran esfuerzo, el iluminado se puso de pie y fue hasta la puerta. Desde allí, con la peluca colgándole de una oreja, el taparrabos a punto de caérsele y una sonrisa enajenada, le dijo adiós a las dos mujeres.

Ambas caminaron en silencio hasta llegar a la parada de la guagua. El sol era sofocante y a juzgar por la muchedumbre amontonada, sería todo un reto subirse a la próxima guagua. Venus echaba chispas.

-¡Nada más que a mí se me ocurre hacerte caso, Regina! Doscientos pesos por oírle un montón de sarandajas a un “yanomami” de utilería.

-De utilería no, viene del Amazonas.

-Del Amazonas… Ja, ja. ¡Ese es más oriental que una cutara! Un soberano descarado es lo que es.

-No creas. A mí tampoco me cayó bien el Rubelio ese. ¿Oíste cómo me dijo? “Coneja suelta”.

-Bueno. En eso si acertó

-¡Venus!

-Venus nada. Me trajiste engañada. Tú seguro sabías cuál era el “libro de la vida” que me iba a “leer” y no me avisaste. Pensar que le enseñé el coxis a un redomado farsante para que me dijera que mi única solución es enamorar a un enano

-El tamaño no importa, Venus. Concéntrate en el lado positivo

-¿Y cuál es el lado positivo de un enano, Regina?

-He oído algunos rumores… Les sobra pasión. Rubelio el iluminado te dijo que el hombre será pequeño pero te va a amar como un gigante. ¡Mi amiga, eso debe ser buenísimo…!

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