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jueves, 9 de septiembre de 2010

Tremendad y el tintorero

Jazmín se crió en una casona colonial en las afueras de la Habana, en el galpón de los criados y bajo los cuidados de la negra comadrona que la trajo al mundo. Su figurita delicada contrastaba con su carácter fuerte y su magia capaz de fabricar truenos y hacer hablar a los muertos en lengua Efik. Era espectacular verla bailar un yambú, una rumba o un guaguancó con la cabeza cubierta de cientos de trencitas rubias o “tirar” los caracoles - método adivinatorio propio de la santería yoruba - con una infalible exactitud. En un abrir y cerrar de ojos, Jazmín se convirtió en una joven atractiva e indomable que se dejaba querer pero que no le entregaba el corazón a nadie. A pesar de sus muchos romances, nunca se casó. Solo tuvo una hija que nombró Tremendad.

Tremendad heredó de su madre dos cosas: sus poderes adivinatorios y los ojos verdes. Todo lo demás, su piel, su cabello y sus habilidades para la costura y la repostería, parecían provenir de su familia paterna a la que nunca conoció. Se crió en un solar en la calle Zanja donde su madre Jazmín trabajó como espiritista y brujera hasta el mismo día de su muerte. A los quince años, Tremendad consiguió empleó como planchadora en una lavandería. Allí conoció a Yin Huan Di, un chino muy especial, lampiño hasta los huesos y de edad indescifrable. Yin decía ser descendiente de un emperador, ancestro de toda la civilización china. Llegó de polizonte a la Habana en busca de mejor fortuna y aunque trabajaba durante todo el día en la lavandería, por las noches recorría la ciudad haciendo curaciones milagrosas con cientos de agujas que les clavaba a sus desahuciados pacientes en los lugares menos pensados. Su fama era notoria pero la paga no le alcanzaba para vivir y por eso no podía dejar sus labores diurnas como planchador. Yin y Tremendad se enamoraron desde el primer día que se vieron. Cuando estaban cerca el uno del otro, estallaban chispas en el aire. El dueño de la lavandería los echó a la calle dos meses más tarde cuando los sorprendió haciendo el amor entre bultos de ropa y ristras de percheros. La causa del despido no fue el relajo sino los chisporrotazos, capaces de incendiar el local.

Se mudaron a un cuarto en la calle Colón y vivieron de los coquitos prietos y los boniatillos acaramelados que preparaba Tremendad y de las propinas que le daban a Yin por sus puntiagudos tratamientos. Cuando Tremendad se cansó de cocinar, consultó a sus seres de luz y se pegó con los números de la lotería. Se mudaron para una casita en las alturas de la Habana. Tremendad abrió su propia tintorería y Yin montó un consultorio privado. Los negocios prosperaron y se compraron una mansión de dos plantas en un pueblo costero al este de la Habana y un auto del año que sólo Tremendad sabía manejar. De ese amor inmenso entre Tremendad y Yin nació Analí, una niña muy peculiar...

1 comentario:

  1. La riqueza del verbo da la talla de lo que sin discusion eres: una real maravillosa escritora

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