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miércoles, 8 de septiembre de 2010

Dana, su hija la esgrimista y el nacimiento de Jazmín

Sir Owein y Dana se casaron seis meses después de la noche de las hogueras. Vivieron en la misma casa del lago y allí nació Viviana, tras 10 años de pócimas, baños de asiento, ediciones de lujo del Kamasutra y los más insospechados esfuerzos copulatorios de la pareja por tener descendencia. Viviana fue una niña fuerte y corpulenta que desde pequeña mostró gran interés por los deportes, especialmente por la esgrima. Su habilidad era asombrosa con los sables de juguete. Su madre Dana, poco antes de morir de unas incontenibles cagantinas, le dejó a su hija la espada que su nodriza Nimue le regalara en un cumpleaños.

Viviana se convirtió en una bella joven que se hizo famosa en competencias y demostraciones con aquella peculiar espada de destellos azules y empuñadura dorada. En una de esas competencias conoció a George Keppel, comandante de la vigésima división naval de la armada británica, quien se prendó de sus ojos verdes y de sus increíbles pases de florete. Se casaron a la vuelta de un año y el capitán se la llevó a Cuba disfrazada de hombre a participar en la toma de la Habana por los ingleses.

A Viviana le encantó Cuba. Sentía como si aquella isla fabulosa no le fuera ajena. Los olores le traían recuerdos imprecisos e inexplicables que le cosquilleaban en el corazón y los colores de las frutas y las flores le entraban por los ojos y le rendían la voluntad. Un mediodía se bañó desnuda bajo un torrencial aguacero y supo de inmediato que jamás podría vivir en otro lugar. Al año siguiente, cuando los españoles canjearon la Habana por la Florida y los ingleses tuvieron que marcharse, Viviana se escondió en la bodega de una taberna cerca del puerto y al capitán inglés no le quedó más remedio que zarpar solo con su tropa. En ese momento Viviana no sabía que estaba embarazada. Fue un embarazo complicado y no pudo sobrevivir al parto. Apenas alcanzó a decirle a la negra comadrona que la estaba asistiendo que le pusiera a su hija Jazmín, igual que las flores del jardín que le habían enamorado el alma, sin sospechar que aquella bebita frágil, de piel muy blanca, cabellos rubios y ojos inmensamente verdes, no se dejaría vencer ni por su propio destino... (Continuará)

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