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jueves, 19 de agosto de 2010

Nochebuena "especial"


Anoche, mientras le cepillaba el carapacho a mi jicotea Geraldina (baño riguroso que le asesto una vez a la semana para mantenerla libre de caránganos) no pude evitar viajar en el tiempo hasta aquel diciembre de 1992 en el que Alina y yo organizamos una Nochebuena en pleno período especial.

Conseguimos frijoles negros y arroz blanco en la bolsa negra. Las tres libras de yuca se la cambiamos a un guajiro por una caja de clavos y un manubrio de bicicleta. Con Pancho Oreja resolvimos maní para hacer el “turrón”. Pero la joya de la corona era el puerco que me había dejado como herencia mi padrino. Alina lo crió desde que tenía dos meses de nacido en el ojo patio de su apartamento, en plena calle Egido en la Habana Vieja. El ojo patio era un pasillo estrechito, de apenas un metro de largo por medio de ancho. Allí creció Pugilato y allí perdió su alegría en cuanto engordó lo suficiente como para no poder voltearse. Sólo podía caminar hacia alante y hacia atrás como un maníaco depresivo. Aquella limitante motora lo traumatizó. Empezó a poner los ojos en blanco y a gruñir como un poseso. Para que no lo “detectaran” - estaba absolutamente prohibida la cría de porcinos en plena ciudad – Alina utilizó un método infalible: cada vez que el chancho empezaba a chillar le aplicaba un cable con corriente. Después de varias descargas solo bastaba con mostrarle el cable pelado para que se callara. Entre estertores eléctricos y peladuras en las nalgas, Pugilato se convirtió en un formidable ejemplar.

Todo habría sido casi perfecto a no ser por esa higiénica manía de Alina de bañar al puerco todos los días. A pesar de todo, ella lo quería. Dos semanas antes de Nochebuena, como todas las mañanas, Alina abrió la puerta del ojo patio y le lanzó un cubo de agua con jabón por el lomo. Cuando se disponía a restregarlo con una escoba, Pugilato aprovechó el efecto resbaloso de la jabonadura entre el pellejo y la pared del ojo patio, y se le escapó por entre las piernas.

Aquello fue el acabóse. Corría por todo el apartamento dejando un rastro de espuma. Alina lo perseguía con saña blandiendo el cable de los corrientazos para intimidarlo. Logró alcanzarlo varias veces pero se le escurría sin remedio entre as manos. Era como subir el palo “encebao”. En eso tocaron a la puerta. Era la vieja del comité dispuesta a averiguar la causa de tanto ajetreo. Desmelenada y sudorosa, Alina le abrió la puerta y trató de disimular pero no pudo hacerlo por mucho tiempo. Apenas habían cruzado tres palabras cuando Pugilato emergió de su escondite, pasó a toda carrera por entre las dos mujeres y salió hacia la calle a gran velocidad.

A pesar de todo celebramos aquella Nochebuena. En lugar de puerco asado comimos pasta cárnica (engendro con sabor a cebo de carnero cuyos verdaderos ingredientes todavía nadie ha podido descifrar). Al terminar la cena hicimos un brindis por Pugilato. A fin de cuentas nos dejó con hambre pero se convirtió en nuestro héroe: lo arriesgó todo por su libertad.

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