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miércoles, 18 de agosto de 2010

Miami, año cero.


Mis primeros días en Miami… ¡Qué recuerdos! Estaba tan aturdida. Me parecía que nada era verdad, que vivía una especie de pesadilla agridulce de la que no podía escapar. Eran circunstancias difíciles. Mi hijo en Cuba, sin saber cuándo volvería a verlo. Mis padres también, con la agravante de su avanzada edad y la posibilidad de no volver a verlos nunca más. El futuro se me antojaba un monstruo de diez cabezas y el presente… el presente era irreversible.

Por duro que fuese todo aquello había prioridades insoslayables. Además de respirar, tenía que ganar dinero para poder pagar por un lugar donde vivir y por comida y ropa para satisfacer mis necesidades más elementales. Había que trabajar en lo que fuera. Encontré un aviso de un banco que estaba buscando auxiliares de oficina. Me puse la única ropa más o menos decente que tenía y partí para la entrevista.

Cuando llegué al edificio en Brickell sentí ganas de echarme a correr. No solo se trataba de un banco, institución a la que nunca había entrado en toda mi vida, sino de un gigante de concreto que llegaba hasta las nubes y daba mareos. Me sobrepuse. Entré al formidable vestíbulo y busqué los elevadores. Debía ir al piso 22. Había un pasillo con diez elevadores, cinco de cada lado. A pesar de ello, había una línea de alrededor de 15 personas esperando por el próximo. A juzgar por el monumental sitio, allí deberían trabajar varios miles de personas. Me paré detrás de la última persona y esperé.

Al minuto llegó uno. Las personas fueron subiendo hasta que llegó mi turno. Me detuve. El elevador estaba repleto y cerró las puertas justo en mi cara. Esperé por el siguiente. De inmediato apareció otro. Fui la primera en subir y me pegué a la pared del fondo. El resto de las personas se fueron incorporando hasta que se ocupó todo el espacio. Partimos. Iba deteniéndose en casi todos los pisos. Se iban bajando poco a poco las personas. A mitad de camino pude ver delante de mí un niño precioso. Aunque estaba de espaldas, podía apreciar que tenía un pelo rubio que era una belleza y lo más llamativo era su trajecito sastre azul, con pantaloncitos largos y todo, que le quedaba perfecto. No pude evitarlo. Me recordó a mi hijo cuando era pequeño. Sin contener el impulso, le acaricié la cabecita. El niño ni se inmutó. Sin poder contenerme, le hale suavemente la orejita izquierda. Tampoco de movió. “Qué educados son los niños en los Estados Unidos”, pensé. El elevador volvió a detenerse. Se bajaron varias personas más. Ya estábamos en el piso 18 y solo quedábamos cinco personas. El niño seguía parado de espaldas ante mí. No pude más y con mucha picardía le pellizqué una nalguita. Noté como se estremeció ante mi caricia, me miró apenas de reojo y suspiró profundo. “Mejor no lo molesto más”, pensé.

Finalmente llegamos al piso 22. Nos bajamos todos. El niño iba delante. Los cinco nos dirigimos a las puertas que daban entrada al banco. Vi como las otras cuatro personas, incluido el niñito, siguieron hacia el interior del banco. Yo fui la única que me quedé en la recepción preguntando por la entrevista de trabajo. Tras varios minutos de espera, me mandaron a pasar a una oficina. Entré, miré a la persona detrás del buró y se me congeló la sangre. Allí estaba el “niñito” rubio al que le había estado sacando “fiesta” en el elevador. Se trataba nada más y nada menos que del jefe de personal, un enanito súper proporcionado, una obra de arte de la pequeñez, como si una mano divina lo hubiese fabricado a escala sin olvidar ni un detalle. El enano me miró a los ojos. Pude ver sus pensamientos como a través de un cristal: “Esta es la misma loca aberrada sexual que me venía pellizcando las nalgas en el ascensor…” No lo dejé terminar de pensar. Di la media vuelta y me fui por donde mismo vine sin pronunciar ni una palabra.

Esa noche, después de buscar más anuncios de trabajo en el periódico, me acosté a dormir. Pensé en mi hijo en Cuba, en mis padres, en el futuro incierto, en le presente sin retorno y… en el enano. Sonreí. Definitivamente había comenzado a amasar nuevos recuerdos en esta nueva ciudad llena de retos y sorpresas…

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