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jueves, 17 de febrero de 2011

EN PELOTAS...


Alguien dijo que “traducir es el arte de vestir con nuestros giros y vocablos las ideas expuestas en una lengua extranjera”. ¿Lindo, eh? Sin embargo, no siempre los “sastres’ y las “modistas” del idioma logran cubrir con un vestuario decente los mensajes que traspasan de un idioma al otro.

Y es que el trabajito se las trae. No basta con saber bien dos idiomas. Es necesario conocer ciertas técnicas, tener un grado de cultura general - o un buen acceso a Internet - y poseer lo que algunos llaman luz propia y otros sentido común.

A mí, por esas cosas del destino, me ha tocado editar a buenos y malos traductores de casi todas las partes del mundo. Especialmente en estos últimos tiempos - atravesados de crisis y plagados de tercerización - en los que esta profesión ha llegado a insospechados niveles de globalización. Eso me ha permitido atesorar en mi memoria ejemplos de verdaderas joyas en el arte de la traducción al igual que piezas de incalculable valor para un Bestiario Ilustrado. Incluso he experimentado las dramáticas consecuencias de unas cuantas traducciones audaces.

Nunca olvidaré a aquella dama de robusto patrimonio que vi bajar por las escaleras del banco, en total estado de pánico y gritando a todo pulmón, después de que su banquero “bilingüe”- de impecable cuello y corbata - le comunicara oficialmente y con alegría que “las ratas del mercado estaban subiendo a gran velocidad”. (market rates).

Tampoco olvido la cara de mi madre, siempre en busca de brasieres cómodos donde acomodar sus generosas pechugas, cuando leyó en una famosísima revista los detalles sobre una oferta de “ajustadores con control de luces” para señoras de la tercera edad. Mami se persignó.

-¡Qué desfachatez! Hasta las viejas quieren andar ahora como Madona echando luces por las tetas...

Por suerte, el anuncio también aparecía en inglés y pude explicarle que “light control bra” quería decir “brasier con ajuste ligero”, o sea, cómodo. Mami me miró con recelo. Nunca me creyó.

Para que vean hasta dónde pueden llegar las cosas les propongo un ejercicio. Por ejemplo, si les digo: “Glamour salvaje, brillo sensual, estampados animales que vibran, calor que explota de la mezcla de pera exuberante, flor de papayo tropical y semillas de alcatraz con un cálido toque golden…” ¿de qué rayos estoy hablando? Pues de la propaganda de una loción humectante para el cuerpo traducida con “literal alevosía”. Si estas publicaciones no tuvieran fotos…

Y si les digo: “Todas las mañanas le pondremos sus huevos como a usted le gustan…” No, no piense en algo morboso. Les hablo de la propaganda de cierto hotel que ofrece decentes desayunos gratis en inglés y dudosos acomodos testiculares en español, esto último gracias a la “traducción” de un grupo de aguerridas y módicas colegas del Cono Sur.

Sin embargo, nada se compara con el estado de conmoción en el que cayó mi abuelo una mañana de domingo. Se levantó bien temprano y fue a comprar begonias para sembrarlas en el cantero del frente. Quería darle una sorpresa a mi abuela. A fin de no fallar en su empeño, leyó las instrucciones que traían las dichosas plantitas:

“Prepara el suelo con el suelo existente de las piezas del igual y mezcla el plantar. Cave el agujero dos veces la anchura y los tiempos de 1 ½ la altura del envase. Planta de modo que la bola de la raíz esté levemente sobre el nivel del suelo. ‘Apisuene’ firmemente alrededor la bola y del agua de la raíz a fondo. Agregue la capa y hágase el pajote. Manténgase húmedo.”

Tuve que traerle agua y pasarle la mano por la espalda al pobre viejo. Sí, una mala traducción puede matar del corazón a cualquiera. O, cuando menos, conducir a la persona más seria del mundo a la cárcel por exposición indecente.

Es cierto, “traducir es el arte de vestir con nuestros giros y vocablos las ideas expresadas en una lengua extranjera” pero, de vez en cuando, a los traductores se nos escapan algunas ideas a medio vestir. En otras ocasiones, las lanzamos al mundo totalmente en pelotas...

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