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martes, 19 de octubre de 2010

LOS GITANOS Y EL CHOCOLATE (Versión libre)


Mi abuela Lola me lo contó. Ella nació en Mallorca y murió en la Habana. Hasta el último pétalo de su corazón conservó el mismo cuerpo de “bailaora de arboreás”, el mismo cabello ondulado donde se reflejaban las estrellas y los mismos ojos de gitana: dos disparos de azabache capaces de llegarte hasta el alma.

Son muchas las cosas que recuerdo de ella: sus anécdotas sobre su pequeño pueblito al pie de la Tramontana, su famosa historia del Baile del Ramillete, un baile anual donde se escogía a la joven más bella del pueblo y al que ella asistió una vez – sólo por acompañar a sus hermanas y sin tan siquiera empolvarse la nariz – y resultó ser la ganadora del codiciado ramo de flores. Ni qué decir de su exquisita culinaria repleta de frit mallorquí, sobreasadas, tumbets, arrós brut, berenjenas rellenas, pa amb oli, cocas y ensaimadas.

Aquellos largos mediodías, sentada al pie de su sillón, escuchando sus historias llenas de magia, su devoción por Santa Sara la Calé y la Virgen de Lluc y sus palabras llenas de música, son momentos irrepetibles que se asentaron en mi corazón y hoy son un refugio seguro donde me resguardo de los aguaceros de la vida.

Sus cuentos de gitanos eran mis favoritos. Había uno que cada vez que me la narraba me moría de la risa. Era sobre tres gitanos que, muy endomingados, fueron a pasear por Sevilla y entraron en un café. Estaban decidiendo sobre lo que iban a tomar cuando se fijaron en un parroquiano que se bebía una apetitosa taza de chocolate. Se miraron entre sí y los tres pidieron lo mismo. El camarero sirvió las tazas humeantes. El primero de los gitanos, “estragao”, se la tragó de un sorbo y, aunque se abrasaba por dentro, no dijo nada por no llamar la atención. A pesar de ello, no pudo evitar que le rodaran dos lagrimones por las mejillas. Al verlo, el segundo de los gitanos le preguntó:

- Compare, ¿qué le pasa que “asté” está llorado?

- Ná. Es que m’acordaba e mi mare, cuando murió la pobre

Acto seguido, el segundo gitano se tomó su taza de chocolate en silencio y de un tirón. Al igual que al primero, se le desprendieron dos lagrimones. El tercer gitano, un poco sorprendido, le preguntó:

- ¿Y ahora “asté” por qué llora?

- Porque m’acordaba tambié e la p…. e su mare de éste – respondió, mientras botaba humo por las orejas y taladraba con la mirada al primer gitano.

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