A Cunda se le presentó el parto una noche de tormenta. El aguacero era cerrado, los rayos partían en dos el cielo y las ráfagas desordenaban el universo. Iznaldo, su marido, salió bajo a la lluvia a todo galope a buscar a Encarnación, la única
Encarnación llegó empapada hasta los huesos. De inmediato empezó a trabajar. Calentó agua, colocó a Cunda en posición de parir y le hizo la señal de la cruz en la frente con ceniza de tabaco. A pesar de las sobas en las pantorrillas, de los paños tibios en la panza y de las oraciones a la Milagrosa, la criatura no salía. A media noche ya Encarnación sabía que aquel era el parto más
Encarnación decidió pedirle ayuda a Olofi y a Babalú Ayé. Solo un milagro podía salvar la situación. Encarnación le dijo a Iznaldo que le alcanzara un cuadro de San Lázaro. Iznaldo se desplazó nervioso en la oscuridad y agarró el cuadro de la pared justo cuando un fusilazo estalló
No se sabe si fueron los poderes divinos o el frío contacto con el vidrio del cuadro pero la criatura salió disparada del vientre de la madre casi de inmediato. Encarnación la agarró por los pies, le dio una sonora nalgada y el vejiguito dio su primer berrido. Luego le cortó la tira del ombligo y lo envolvió en un paño blanco.
Ya estaba amaneciendo. De pronto, Encarnación recordó que había deslizado el cuadro de San Lázaro debajo de la cama. Se agachó para cogerlo mientras decía.
-Este niño es un milagro, hay que ponerle Lázaro en agradecimiento a…
Entonces fue la sorpresa. Cuando tomó el cuadro en sus manos
-Mejor le ponemos José Lázaro. José por Martí y Lázaro, por si acaso…
Jajajajaja. ¡Qué ecuánime y supersticiosa salió Encarnación!
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