Se moría por ser original. Se acostaba pidiéndole al universo que le enviara en sueños alguna idea de estreno que lo hiciera distinto. En las mañanas, se duchaba con agua fría para despabilarse las neuronas por si acaso algo único le amanecía en una esquina de la imaginación. En las tardes - decepcionado por no encontrar nada novedoso para impresionar a sus amigos - se iba a algún lugar donde nadie pudiera verlo. Allí se ponía a amasar nubes y a colorearlas con la punta de los dedos. Luego las soplaba y las juntaba todas en un mismo sitio hasta hacerlas llover flores sobre el mar para que los peces salieran a cazarlas en el aire y se convirtieran en burbujas. Casi al atardecer, separaba dos o tres rayos de sol y se los guardaba en el bolsillo para hacerle guiños a la luna en sus largas madrugadas de insomnios y se iba despacio, envuelto en su eterna fosforescencia violeta, flotando sobre las hojas de los árboles, dejando por detrás varios remolinos con olor a jazmín. Se iba triste. Otro día más que terminaba y no lograba ser original ...
Eres única Gisela, que hermoso!
ResponderEliminarY es así como, de algún modo; fue original.
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