El mismo día que Ericina le celebró el cumpleaños numero siete a su hija Talasa, un terremoto estremeció la isla. Fue una venganza ruidosa que parecía una redención. Le intervinieron la tintorería que heredara de su abuela, la consulta de acupuntura que heredara de su abuelo y gran parte del dinero que le dejara su madre en una cuenta en el banco. No le quedó más remedio que exorcizar el éxito de sus antepasados
Ericina sólo conservó la casa de dos plantas y el viejo auto de la familia. Eso le bastó para enfrentar la vida. Se hizo chofer de alquiler y continuó criando a su hija Talasa. Su instinto no le había mentido: los retos, cada vez mayores, le iban saliendo al paso, atenazándole el alma y la existencia y obligándola a sobrevivir.
Su hija Talasa era bella
Talasa lo despidió en el aeropuerto con una sonrisa aunque sabía que nunca más volvería a verlo. Sus ojos verdes estaban entrenados desde hacía varios siglos para ver más allá de las promesas, igual que lo había hecho Samara al despedir a su adorado pirata Morgan. A fin de cuentas, para Talasa, las noches de amor vividas con aquel varón de perfil helénico y cuerpo de coloso habían valido la pena. Además, no se quedaba sola. Sabía que una criatura empezaba a latirle en las entrañas. También sabía que sería una niña y se llamaría Venus. Lo que no pudo anticipar Talasa fue que ocho meses después, una mañana camino al trabajo, la iba a sorprender aquel rayo implacable que acabaría con su vida.
Eso fue lo que Ericina vio en mis ojos de recién nacida cuando me cargó por primera vez: toda la magia milenaria que me navegaba por las venas desde el principio de los tiempos. También vio las sombras de un gran peligro. No le quedaron dudas. Yo - Venus Calipigia - era su mayor reto y a la vez el mayor enigma de su existencia. Se persignó y echó a andar hacia la casona conmigo en brazos…
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